Descanse en paz Jean-Luc Godard Por Alejandro MARIO FONSECA

CHOLULA.- El célebre director de cine francés, François Truffaut, nació en París en 1932 y murió en 1984. Siempre fue un ávido lector y cinéfilo. Bueno, no siempre, en su condición de orfandad fue  delincuente juvenil (un salvaje malo), y ya mayor: crítico cinematográfico, actor y director de cine.

 

A comienzos de la década de los 50 fue adoptado por el crítico André Bazin y su esposa Janine. Ya había  transitado por varias instituciones correccionales y desertado del ejército francés.

 

Pero en el seno de la familia Bazin recibió el afecto y cariño que le había faltado en su familia, y protección ante el sistema legal que lo perseguía.

 

Si hay un hecho evidente en las películas de Truffaut, es su vida. Todas y cada una de sus 21 cintas son un espejo transparente de su biografía, sentimientos, pensamiento y su inmenso talento; especialmente El pequeño salvaje.

 

Su amor por la literatura cuenta con un homenaje directo en Fahrenheit 451, donde sus textos preferidos arden bajo el fuego de la dictadura imaginaria que creó Ray Bradbury.

 

Se entregó por entero al mundo del cine, no sólo como director, sino como protagonista de películas como El pequeño salvaje, particular homenaje a Rousseau, y La noche americana, por la que recibió el Oscar a la Mejor película extranjera. (Cfr. Wikipedia).

El mito del buen salvaje

 

 

Por allá a mediados de los años 70 tuve la fortuna de ver la película El pequeño salvaje (L’Enfant sauvage), basada en hechos reales, es una cinta de 1970, inspirada en la historia de un niño que en 1790 fue encontrado en los bosques de Francia, cerca de Toulouse.

 

El niño aparentemente había pasado toda la niñez sólo, no se sabía su edad, pero los habitantes del lugar calcularon que tenía 12 años. La película se desarrolla alrededor del año 1800 en Francia y se basa en la biografía de Victor de Aveyron, tal como fue recogida por el médico Dr. Jean Itard.

 

Y ojo, estimado lector, esta película trata la importancia que tienen la educación y el proceso de socialización en el ser humano y las implicaciones que tiene su ausencia.

 

Y aquí viene lo más importante: Truffaut muestra el contraste entre la libertad, ingenuidad y felicidad del ser humano en estado natural y la hipocresía y corrupción de la civilización.

 

Pero el mito del buen salvaje nos sigue conmoviendo. El tema acerca de la bondad del ser humano aparece en conjunción con lo exótico de los pueblos primitivos en obras que son ya universales como El libro de la selva o Tarzán así como en El Señor de las Moscas, tanto en la novela de 1954 como en la película homónima de 1990.

 

Y ya entrados en materia, vale la pena comentar obras de ciencia ficción claramente influidas por el Buen Salvaje, tales como Avatar o Un mundo feliz, que desarrollan el mito llevándolo a extremos sobre las aberraciones e injusticias de las sociedades humanas modernas.

 

La Conquista en los libros de texto

 

 

Nuestro país nació del choque de dos civilizaciones. Después de cruentas batallas y un prolongado sitio, Tenochtitlán fue finalmente sometida con la captura del joven emperador Cuauhtémoc, en julio de 1521, reconociéndose así Cortés como gobernador y capitán general de la Nueva España”.

 

La nación, se gestó en las primeras décadas del siglo XVI y se prolongó durante los siguientes 300 años de colonización, en los que la Nueva España se vio inmersa “en un intenso proceso de occidentalización en el que gradualmente se mezclaron y combinaron las tradiciones europeas con las mesoamericanas a través de complejos procesos de sincretismo religioso y mestizaje cultural”.

 

Y ya para terminar, quisiera comentar brevemente la plática «La conquista en los libros de texto» impartida por Jorge Gómez Izquierdo. Y es que me convenció de que los mexicanos seguimos todavía con un gran resentimiento.

 

Debo confesar que esta plática me dejó consternado. La insistencia de Gómez Izquierdo en que los libros de texto “oficiales” fomentan el racismo y un complejo de inferioridad ya muy acendrado hacia y de nuestros pueblos indígenas; me pareció más que exagerada.

 

Por ejemplo, él nos pinta el mito de Quetzalcóatl, esa superstición de la llegada de Dios en la figura del hombre blanco y barbado, como el augurio de la servidumbre eterna a la que están condenados nuestros pueblos indígenas.

 

Yo me resisto, como lo hice con toda naturalidad desde niño, a este tipo de interpretaciones.  Y me atengo a la crítica que Octavio Paz haría reiteradamente a nuestros historiadores: influidos por el marxismo y el positivismo están condenados al determinismo histórico.

 

Así que me conformo con la concepción que siempre he tenido desde pequeño, a pesar de los libros de texto: una imagen humilde y generosa de nuestros indígenas, buenos por naturaleza. Incluso más humana que la del humanismo europeo de hace 500 años, o la mismísima Ilustración, proyecto en el que, querámoslo o no los mexicanos todos seguimos inscritos.

 

Godard “el buen salvaje”

 

 

La semana pasada el 13 de septiembre murió Jean-Luc Godard a los 91 años de edad. Fue amigo de François Truffaut y ambos fueron los directores más influyentes de lo que después se conocería como la Nueva Ola del cine francés.

 

Godard, figura insoslayable de la vanguardia cinematográfica de los años 60, encarnó hasta el final al experimentador eterno, el siempre joven creador que rompe con la industria y sus imágenes pasteurizadas, para hacer estallar los planos en películas cada vez más radicales y misteriosas.

 

Para Godard hacer cine era lacerar la superficie fútil en la que nadaban, cosificados, los trajines de un colectivo social. Debía haber algo debajo, abisales dispositivos a los que el cine, entendido como una lengua —y no ya como un arte—, podía poner a la luz apelando a una rebelión contra el método.

 

De esta rebelión era una pieza ineludible la íntima identificación entre el cine y la historia, la idea de que el cine ocurría en la historia en el mismo momento en que toda la historia ocurría en el cine. Lo había demostrado Bazin esgrimiendo que al final Hitler le había robado el bigote a Chaplin.

 

Si cosas así admiten ser postuladas, entonces no es raro que Godard intentara, hasta el final, quitarle a la técnica su sátira de contemporaneidad para usarla en favor del cineasta eternamente experimental. Reposaba en esto su aire de “buen salvaje”, su primitivo estilo de condenador de la corrupción de los signos y los putrefactos transportes de la polución de las simbologías más pedregosas y cotidianas.

 

Estos últimos comentarios son de Federico Galende un especialista que publica en la revista Santiago en la red de Internet. El ensayo se titula Godard “el buen salvaje” y apareció el 14 Septiembre de 2022.