Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- La Naturaleza siempre ha sido un elemento importante en las culturas ancestrales. Los antiguos pueblos del norte y centro de Europa tenían una cosmología que representaban a través de un fresno gigantesco al que llamaban Yggdrasil. No nos vamos a extender demasiado aquí explicando este símbolo, pero en él estaban comprendidos los nueve mundos que formaban el universo de la mitología nórdica.
Cada solsticio de invierno, realizaban una celebración en su honor. Esta fecha es especialmente celebrada por multitud de culturas, ya que simboliza el fin de las noches largas, y prepara el camino para la llegada de la primavera.
Más concretamente, estos pueblos celebraban por esas fechas el nacimiento del dios Frey, símbolo del Sol, la prosperidad y la fertilidad. Y para ello adornaban árboles con antorchas y otros elementos, y realizaban diferentes rituales a su alrededor.
Adopción del árbol de Navidad por la tradición cristiana
Según la mayoría de las fuentes, el árbol de Navidad fue incorporado al cristianismo sobre el año 740 por San Bonifacio, patrón de Alemania, el llamado «apóstol germánico».
Él fue el encargado de divulgar esta religión precisamente por la zona donde habitaban los pueblos anteriormente citados. Bonifacio, que era muy listo, rápidamente se dio cuenta que iba a costarle mucho sacar de la mente de esas gentes, sus arraigadas creencias. Así que hizo algo que el cristianismo ha hecho muchas veces en la historia: incorporar para sí tradiciones paganas, trayéndose consigo a sus creyentes.
Según se cuenta, Bonifacio cortó uno de los árboles que estas gentes adornaban (un roble o fresno seguramente), y (permitidme la expresión), plantó un pino en su lugar. Con ello, quería alterar el simbolismo original, para darle un toque más cristiano. La no caducidad del pino representaba el amor eterno de Dios, y su forma triangular (al parecer), la Trinidad. Lo adornó con manzanas como símbolo del pecado capital y la tentación. Además, le colocó velas, como icono de la luz de Jesucristo.