CHOLULA.- Los recientes hechos ocurridos en El Salvador, que culminaron con la muerte de una médico pasante, dejan en claro que Latinoamérica está a años luz de tener educación médica de calidad.
La formación médica comienza en muchos países latinoamericanos desde la preparatoria o prevocacional, pues en el último año se debe elegir el área de especialización en aras de, efectivamente, orientar vocacionalmente al estudiante para elegir una carrera acorde a sus aptitudes y habilidades.
Tan solo en México, el ingreso a la universidad representa una competencia entre alrededor de 5 a 10 mil aspirantes en carrera para tomar una de las 700 a mil plazas disponibles en universidades públicas, dependiendo del estado, tan solo la BUAP oferta 750 plazas para 5 mil sustentantes en Puebla.
Los siete años comprendidos en México para la formación de un médico de primer contacto corresponden a cinco años en la universidad, un año como médico interno en un hospital general y un año como médico pasante, prestando servicio social en una comunidad, generalmente alejada de la ciudad, arriesgando diariamente la integridad y la vida.
Los vicios educativos inician el primer día en la facultad, donde al maestro se le debe venerar, adorar y rendir pleitesía, donde solo su palabra vale, y solo lo que el diga es lo correcto, si bien ya no es tan común encontrar esta clase de vacas sagradas dando clases en la universidad, aún quedan vestigios de dichas prácticas que no se han eliminado por completo.
Las prácticas arcaicas comienzan a aflorar en el internado de pregrado, pues gritos y humillaciones son constantes en el 90% de los hospitales de México, el médico interno es rebajado al nivel de sirviente, frases como “entras a las 7 y sales hasta que yo lo diga” o “tu aquí eres H muda y a la izquierda” son tan comunes que se van arraigando poco a poco en el vocabulario propio, y muchas veces, la cadena de maltrato se va ampliando a estudiantes en prácticas o internos de “menor jerarquía”, es aquí donde los focos rojos comienzan a parpadear, pues en esta etapa de la formación médica es cuando inician los desórdenes emocionales, es aquí donde se pone a prueba ,de la peor manera, la vocación médica.
Insomnio, ansiedad, depresión, son solo parte de la larga lista de diagnósticos que al menos 3 de cada 5 internos tienen durante ese año de formación, una vez que termina, en el servicio social, muchos eligen plazas lejos de la ciudad, no por gusto, y finalizan el último año de medicina en un ambiente peligroso para la propia vida, pues el riesgo de ser abusado, abusada, o ultimado es latente día con día.
Algunas plazas de servicio social corresponden a hospitales de tercer nivel, a cargo de médicos especialistas o sub especialistas, con la cadena de abuso tan arraigada que es ya inconsciente el maltrato, muchas veces la ansiedad, depresión y demás trastornos continúan, se atenúan, o se exacerban, todo en nombre de la vocación, muchas otras, el abuso es tal que la única salida viable es la puerta falsa.
Es tan común escuchar frases donde prácticamente tiran a la basura 7 años de estudios, donde ponen en duda el estatus de persona, donde anulan derechos, que uno cree que es normal, que es parte del proceso para ser médico.
La violencia nunca debe ser normalizada, corresponde a nuestra generación allanar el camino para una educación médica de calidad, sin los dinosaurios de siempre, sin los vicios, sin la porquería, suficientes médicos han terminado con su vida en aras de la vocación.