Por: Dr. Omar Josué ROJAS VÁZQUEZ
CHOLULA.- Durante los brotes de viruela en la antigua India y China, los niños sanos eran vestidos con las ropas de los enfermos de viruela, que rebozaban del material contenido en las pústulas variolosas.
En los pueblos africanos, la inoculación se practicaba frotando el pus del enfermo sobre una incisión realizada previamente, los turcos ponían en práctica dicha técnica desde el siglo XVI, la cual gozó de gran fama por la protección que brindaba a las esclavas, famosas por la belleza, ya que al no haber cicatrices su valor no se veía mermado, a fin de cuentas, la exposición leve a la viruela, protegía de una potencial muerte.
Sin embargo, fue hasta 1796 cuando Edward Jenner probaría con éxito el primer prospecto de vacuna, y hasta 1840 cuando el gobierno británico prohibió la variolización, y aceptó la vacunación para prevenir la viruela, siendo en 1979 declarada como enfermedad erradicada por la OMS.
Este año, la aparición del SARS-CoV2 ha infectado a más de 50 millones de personas, cobrando más de 1 millón 200 mil vidas a nivel global y más de 100 mil en nuestro país.
Las declaraciones de la OMS, apuntaban al no uso de la mascarilla, apelando al tamaño del virus, y a lo poco conocidos que eran los mecanismos de transmisión, sin embargo, en las primeras semanas de junio se demostró que el uso de cubre-boca reducía considerablemente el contagio, por lo que su uso de masificó.
A nivel nacional, las autoridades han entrado en una serie de contradicciones, por un lado, promoviendo el uso de mascarillas, por otro, negando la evidencia respecto a dicho uso, sin embargo, la población ha tomado la iniciativa y cada día es más común ver al grueso de la población con cubre-boca, desde los artesanales de manta, que bordan las raíces de nuestro país, hasta los N95, cuyo costo ha decrecido con el reabastecimiento mundial, no olvidando las mascarillas de gas con doble filtro, las cuales son comunes en las áreas COVID de los centros médicos.
Ante la ausencia de una vacuna, el uso de cubre-boca es una manera de frenar el contagio, pues diversas pruebas virológicas apuntan a la reducción de la gravedad de los síntomas, aumentando la proporción de infección asintomática.
Si bien la infección asintomática puede ser perjudicial para la propagación, en realidad tiene un beneficio si conduce a mayores tasas de exposición, siendo este tipo de “variolización” una especie de vacuna temporal.
El uso universal de mascarilla cubre-boca representaría de manera extraordinaria una vacuna accesible, universal y altamente efectiva.
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