Por Edmundo TLACUILO ALMAZÁN
CHOLULA.- En la sierra mexicana de Nayarit, había una comunidad que no tenía nombre desde hacía siglos, esa comunidad de indios huicholes andaba buscando uno, Carlos González, uno de ellos lo encontró de pura casualidad.
Este indio huichol había ido a la ciudad de Tepic para comprar semillas y visitar parientes. Al atravesar un basurero, recogió un libro tirado entre desperdicios.
Sentado a la sombra de un alero, empezó a descifrar páginas. El libro hablaba de un país, pero que debía estar bien lejos de México, y contaba una historia de hace pocos años.
En el camino de regreso, caminando sierra arriba, Carlos siguió leyendo. No podía desprenderse de esta historia de horror y de bravura. El personaje central del libro era un hombre que había sabido cumplir su palabra.
Allegar a la aldea, Carlos anunció eufórico: ¿Por fin tenemos nombre” y leyó el libro en voz alta, para todos. La tropezada lectura le ocupó casi una semana. Después las ciento cincuenta familias votaron. Todas por si con bailares y cantos se selló el bautizo.
Ahora tienen como llamarse. Esta comunidad lleva el nombre de un hombre digno que no dudó a la hora de elegir entre la traición y la muerte. “Voy para Salvador Allende”, dicen ahora los caminantes.
Eduardo Galeano.
Allende Vive
Los pueblos siguen
Chile.
Benévolo lector, algunos versos de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Nació el 23 de marzo de 1814, en Puerto Príncipe, Cuba, cuando el país era aún colonia del imperio español. Gertrudis fue considerada en su tiempo como una de las mejores expresiones del movimiento romántico. Sus personajes circunstancias biográficas, su apasionado carácter, su generosidad y su marcada rebeldía frente a los convencionalismos sociales la llevaron a vivir de acuerdo con sus propias convicciones, la apartaron de la mayoría de las escritoras de su época.
Al Partir
¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
la noche cubre con su opaco velo,
como cubre el dolor mi triste frente.
¡Voy a partir!… La chusma diligente,
para arrancarme del nativo suelo
las velas iza, y pronta a su desvelo
la brisa acude de tu zona ardiente.
¡Adiós, patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
tu dulce nombre halagará mi oído!
¡Adiós!… Ya cruje la turgente vela…
el ancla se alza… el buque, estremecido,
las olas corta y silencioso vuela.