Alejandro MARIO FONSECA
CHOLULA.- Seguramente usted como yo está aprendiendo a ver la vida de otra manera. La cuarentena ya va para ochentena si no es que más, todo depende de la disciplina colectiva, que por lo visto es bastante laxa en nuestro país.
Como ya le he comentado en esta columna, estoy leyendo las obras completas de H. P. Lovecraft, el maestro del terror. Y le puedo decir que de la combinación del terror real que trae consigo el covid-19 y el terror literario: en términos generales he aprendido (más o menos) a manejar el miedo.
Esta generalización a medias se basa en que los personajes mágicos de los cuentos de terror comunes y corrientes, ya los tenemos perfectamente bien ubicados en el mundo de la fantasía. De tal manera que los racionalizamos y no representan ninguna amenaza real. Así que nos vemos obligados a racionalizar el covid-19.
Además, entre otras cosas me he dado cuenta, de que el mundo virtual en el que ya vivimos, el de Internet, es muy peligroso, ya que en él, muchos dudamos o desconfiamos de la verdad, de la eficacia o de las posibilidades de algo; dudamos especialmente de las creencias comúnmente admitidas. La mentira es un monstruo que no vemos.
Y es que el verdadero miedo, el terror demoniaco está centrado más bien en lo que no se ve, en lo intangible, por ejemplo, en la locura (en lo irracional), o en aquellas enfermedades que amenazan silenciosa e imperceptiblemente nuestra normalidad, como el covid-19.
Pero hay fenómenos que sí se ven y algunos vamos más allá y a fuerza de observar nuestro entorno con espíritu crítico, entramos en pánico ante la posibilidad de convertirnos en zombis. Sí, zombis, esa monstruosa alegoría en la que el destino poco a poco se está tragando a la humanidad. Dicho esto, abro un paréntesis cultural.
Carpe Diem
La sociedad de los poetas muertos, mal traducida como El club de los poetas muertos (Dead Poets Society), es una película de 1989 dirigida por Peter Weir que a mí siempre me ha encantado.
El guion está inspirado en un profesor de literatura llamado Samuel Pickering, quien le dio clases al guionista Tom Schulman cuando estudiaba en la academia Montgomery Bell de Tennessee. Fue a partir de él que Schulman concibió al personaje del profesor Keating, interpretado por Robin Williams.
La historia comienza en 1959 con el acto de bienvenida del nuevo año escolar en la academia Welton, momento en que se presenta al profesor de literatura John Keating, ex-alumno de la escuela. El lema de la escuela privada, declarado en el acto, es: «tradición, honor, disciplina y excelencia».
Rompiendo con la tradición, en su primera clase, el profesor Keating lleva a los jóvenes al salón que resguarda las memorias de la historia escolar. Mientras contemplan las fotografías de sus predecesores, Keating susurra: Carpe Diem (en latín) que quiere decir Aprovecha el día. Así, inicia un camino educativo que pretende inspirar a los chicos.
Keating sustituye el acercamiento teórico a la poesía por un método basado en la lectura poética y la libertad de pensamiento. Para ello, usa algunos símbolos: obliga a los jóvenes a destruir el estudio introductorio del libro de la cátedra; los hace llamarle “¡Oh, capitán, mi capitán!” en lugar de profesor, en referencia a un poema de Walt Withman; los hace subirse al escritorio para ver desde un ángulo diferente; los hace relacionar el deporte con la poesía y los hace escribir su propia poesía. (Resumen tomado de culturagenial.com).
Nos estamos convirtiendo en zombis
Ahora sí, regresando a lo de las lecciones de la pandemia, ¿de verdad nos estamos convirtiendo en zombis? Yo creo que sí, pero primero detallemos ¿qué es un zombi?
Un zombi (en plural zombis, del criollo haitiano zombi, en ocasiones escrito con la grafía inglesa zombie) se refiere en términos generales a un ente que, de una u otra manera, puede resucitar o volver a la vida.
El concepto de zombi encuentra sus orígenes en una figura legendaria propia del culto vudú. Se trata de un muerto resucitado por medios mágicos por un hechicero para convertirlo en su esclavo.
De acuerdo con la creencia, un hechicero vudú, es capaz, mediante un ritual, de resucitar a un muerto, que quedará, sin embargo, sometido en adelante a la voluntad de la persona que le devuelve la vida.
También, según una creencia popular, se dice que una persona que es mordida por un zombi, se convierte en uno de ellos. Hay mucho que decir sobre la literatura de zombis, me voy a lo importante.
La figura del zombi en Haití también pudo haber surgido como representación del miedo que causaban la esclavitud y sus consecuencias dentro de la isla.
El concepto de zombi proliferó (sobre todo a principios del siglo XX en Norteamérica), gracias al contexto de explotación y denigración en Haití, debido a la necesidad de justificar (en la opinión pública norteamericana) la intervención política y militar de los Estados Unidos de América (entre 1915 y 1934) en una isla considerada salvaje.
Fortalecer el espíritu
Lo más interesante es que el concepto de zombi en Haití está ligado a la creencia del alma dual. Según esto, existen dos tipos de alma: el Gros Bon Ange (gran buen ángel) y el Ti Bon Ange (pequeño buen ángel). Perder la primera equivale a perder la vida; perder la segunda, es perder el cerebro, la sangre, la cabeza y la conciencia.
Así que zombi es aquel que perdió la conciencia. La conciencia es el conocimiento que el ser humano tiene de su propia existencia, de sus estados y de sus actos. También es conocimiento responsable y personal de una cosa determinada, como un deber o una situación.
Eso es precisamente lo que nos está pasando con el uso intensivo del celular y demás tecnologías de punta. Ese aparatito demoniaco que nos tiene esclavizados y que poco a poco nos está robando la conciencia. Es muy triste ver a nuestra juventud matando el tiempo con su celular, algo tenemos que hacer.
¡Carpe diem! ¡Aprovecha el momento presente sin esperar el futuro! Esa es la gran enseñanza del profesor Pickering en La sociedad de los poetas muertos. Y aquí viene la lección: sí algo está quedando claro es que después del confinamiento no podemos regresar a la perniciosa normalidad, a la realidad del aburrimiento.
Necesitamos estrategias para el fortalecimiento del espíritu humano, necesitamos fortalecer nuestra capacidad de sentir y de pensar. Si hay algo peor que el monstruo de la pandemia, es ese ejército de jóvenes (y adultos también) que deambulan por el mundo anclados a su celular matando el tiempo en lugar de aprovecharlo.