Alejandro MARIO FONSECA
CHOLULA.- Como ya le he comentado, estoy convencido de que la pandemia de coronavirus, no solamente trajo desgracias, sino también beneficios. El encierro fue para mí una oportunidad de realizar algunas lecturas largamente postergadas.
Entre otros textos leí (y releí) con calma a los grandes maestros del terror, a Lovecraft y a Poe. Sabía que al hacerlo en medio del miedo pandémico resultaba paradójico, pero lo que me propuse fue darle un toque de estética al desaguisado.
Y el resultado fue reconfortante ya que ambos maestros del terror son enormes desde el punto de vista literario: su prosa es excelsa, son clásicos que hay que releer de vez en cuando, sobre todo para equilibrar la crisis que la literatura está viviendo debido al abuso de las redes sociales de Internet.
Pero el tema de este artículo es otro, hoy quiero compartirle el descubrimiento que hice al leer los Cuentos Completos de Edgar Allan Poe, que publicó recientemente la librería Gandhi. Se trata de dos cuentos que no conocía y que nada tienen que ver con el terror.
El dominio de Arnheim y La finca de Landor son una propuesta ecologista, sorpréndase usted, que data de mediados del siglo XIX. Como dice el crítico de literatura Antonio Méndez, “quienes busquen en estos cuentos alguna historia de terror enfermizo mejor que no los lean, ya que el peso de estos escritos es meditar sobre la estética natural conectada con su origen divino y la percepción e interpretación plena de la misma por el hombre dotado de especial sensibilidad”.
Condiciones elementales de la felicidad
Y aun cuando Poe nos aclara desde el principio de El dominio de Arnheim, que su objetivo no es escribir un ensayo sobre la felicidad, sí nos regala las bases de la misma. Ellison, el protagonista del cuento, no admitía más que cuatro condiciones elementales de la felicidad:
La que consideraba como principal era (¡cosa extraña!) la simple condición puramente física, del ejercicio al aire libre. “La salud –decía- que se puede conseguir por estos medios, apenas merece ese nombre”. Contaba las voluptuosidades del cazador de zorros y designaba a los labradores como las únicas personas que, en conjunto, pueden ser seriamente consideradas más felices que los demás.
La segunda condición era el amor de la mujer. La tercera, la más difícil de realizar, era el desprecio de toda ambición. Y la cuarta era objeto de una persecución incesante y él afirmaba que, en igualdad de condiciones, la amplitud de la felicidad a la cual se puede llegar, estaba en proporción de la espiritualidad de este cuarto objeto.
Y ya desde estos primeros párrafos del cuento, Poe resulta un ecologista consumado. Si realmente queremos entender la felicidad y ser felices realmente, no hay otro camino más que la salud física, el amor hacia la naturaleza, la austeridad y la espiritualidad bien entendida.
La felicidad no es otra cosa más que vivir en la verdad, en la simple verdad de la vida en armonía con la naturaleza, con nuestros semejantes y con nosotros mismos. El mundo moderno dominado por la productividad y la competitividad ha dado al traste con estos principios básicos del todo humanismo.
El paisaje como protagonista
Poe era perfeccionista, escribió El dominio de Arnheim originalmente en 1842 como “The Landscape Garden”, y lo amplió varias veces hasta alcanzar su forma definitiva en 1847. Como ya dije, se trata de uno de los textos más singulares, a la vez que poco leídos, del maestro del relato fantástico norteamericano.
Y tal como nos hace ver la sinopsis de Gabriel López Guix, en el cuento el verdadero protagonista es el paisaje, conformado por la interrelación entre jardín y arquitectura, y que da pie a un rico juego literario que rebosa de simbolismo, enigmas y misterios.
Muchos críticos han observado en esta obra un precedente primitivo del surrealismo, gracias a la enorme influencia que tuvo en autores franceses como Charles Baudelaire o Raymond Roussel.
Aunque habitualmente se confunde con un tratado sobre jardinería envuelto en una atmósfera oscura, “Los dominios de Arnheim” es mucho más que eso: el protagonista, Ellison, diserta sobre la relación entre filosofía y naturaleza, y el impacto que tiene la acción del hombre sobre ella.
Su conclusión es que la naturaleza es un borrador casi perfecto de todo lo que puede conseguir la mente humana gracias a la imaginación. Dos años más tarde, Poe continuó con el tema en “La casa de Landor”, una pieza breve escrita en 1849, y que fue el último texto en prosa que completó antes de su muerte, en noviembre de ese mismo año. ( Cfr. alphadecay.org).
La vocación ecologista de Poe no puede ser más clara: la intervención de la mano del hombre sobre la naturaleza no debería de ser otra cosa más que para embellecerla y disfrutarla. Sin imaginación no hay futuro.
¡Imaginación! ¿Es mucho pedir?
Lea usted los cuentos y disfrútelos. Dicho esto paso a la crítica política. En San Pedro Cholula estamos estrenando gobierno municipal y muchos tenemos la expectativa, la esperanza de que ahora sí Paola Angón la flamante alcaldesa panista implemente políticas serias para corregir el caótico, injusto y horroroso crecimiento de la ciudad.
¿Qué estoy exagerando? A ver explíquenme porqué Cholula sigue creciendo a base de desarrollos urbanísticos cerrados, construidos sobre áreas de vocación agrícola; esas pequeñas colonias rodeadas de grandes bardas electrificadas con vigilancia propia, jardines privados y demás servicios exclusivos. Verdaderos “bunkers” aislados de los peligros de la ciudad abierta.
Los bunkers para los poderosos, para la clase política y para los nuevos ricos. Aclaro, no tengo nada contra los nuevos ricos, y que bueno que tengan suficiente dinero para pagar mayor seguridad, es señal de que todavía hay riqueza y desarrollo; el problema es que también crece el número de pobres y para ellos está la ciudad abierta, con todos sus peligros.
Ojalá y la actual alcaldesa implemente políticas de rescate en las juntas auxiliares, pueblos y barrios; y vaya hasta las últimas consecuencias de lo que todavía es posible: una ciudad digna y habitable para todos, una ciudad, sí turística, pero que incluya a todos sus habitantes.
Con todo respeto les recomiendo a Paola Angón y a sus funcionarios, que lean los cuentos de Poe que cito al principio de este escrito, para que se inspiren. ¡Sí es posible, hay que salir de la inercia heredada y actuar con imaginación!