Los frutos de la pandemia

 

Por Alejandro MARIO FONSECA

CHOLULA.- Hace un par de meses, cuando la tercera ola de la pandemia de covid-19 empezó a desinflarse, me atreví a tomar de manera presencial un curso de psicología sobre educación de los hijos que impartió mi amigo Ramiro Tepox.

Ramiro es un entusiasta psicoanalista freudiano que lleva ya diez años de experiencia profesional. Aprendí mucho y también actualicé conceptos que tenía dormidos en mi subconsciente. Ahora Ramiro es mi alumno en un curso de yoga enfocado a la meditación y al desarrollo de la atención plena.

En aquel curso se apoyó, entre otros autores, en Vidal Schmill, un pedagogo mexicano pionero del concepto Escuela para Padres en México (1984) y creador de la multiplataforma digital www.escuelaparapadres.com, dedicada a facilitar a padres y maestros cursos en línea y contenidos educativos de vanguardia así como diversas herramientas pedagógicas.

De este curso, el tema que más me gustó fue el de comunicación entre padres e hijos, que suele estar muy desatendida en este mundo global tan estresante. Las causas son diversas, pero el núcleo duro está en la falta de control de los sentimientos y de las emociones.

Y con relación a la pandemia, aprendí a diferenciar entre las cuatro emociones básicas: enojo, tristeza, alegría y miedo. Y me quedó muy claro que la tristeza, cuando no se supera, con el tiempo conduce a la depresión; mientras que el miedo mal administrado se traduce en ansiedad.

Debido a la agitación o de la inactividad, no podemos hacer nada bien

Ambas, depresión y ansiedad, son las dos caras del estrés. Y lo más grave es que no se curan, ni con los medicamentos de última generación. En todo caso el problema se agrava, porque estos últimos conducen a un problema mayor, que es el de la dependencia de los ansiolíticos, los antidepresivos y demás.

Antes de la pandemia, la modernidad mal entendida nos obligaba a vivir en la agitación, en la prisa: el estrés ya estaba presente. El encierro súbito que vivimos desde marzo del año pasado nos condujo a muchos a situaciones difíciles en las que no podíamos concentrar nuestra atención de manera positiva: el miedo y/o la tristeza se habían apoderado de nosotros.

En otras palabras, sin darnos cuenta la vida moderna nos mantenía ocupados en rutinas que nos “liberaban” del estrés, porque nos mantenían ocupados. El confinamiento me ayudó a darme cuenta de que el estrés ya estaba presente debido a la agitación y que se incrementaba.

En mi caso yo ya venía arrastrando problemas de estrés debido a la jubilación y al desgaste hormonal propio de la edad avanzada. Aprendí a controlarlo gracias al yoga y a la meditación. Sin embargo no había alcanzado a comprender cabalmente la importancia del mecanismo liberador de la atención plena.

Había aprendido a controlar el estrés mediante la práctica del yoga que combiné con mi pasión por la docencia. La pandemia me hizo recurrir a la alternativa de actividades culturales como la jardinería,  la lectura y el buen cine; pero no fue suficiente, me faltaba algo y al fin descubrí que sí es posible cultivar la atención plena de manera aislada. Es más resulta que el retiro es el mejor camino.

La atención plena desde la comodidad del hogar

Así fue como retome la maravillosa propuesta de Alan Wallace en su texto El poder de la meditación Espasa Libros (2010), en el que nos proporciona una alternativa directa para curar la tendencia a  la distracción crónica, que como ya dije, se ha convertido en norma dela vida moderna.

Alan Wallace es un hombre de ciencia que viajó a la India para estudiar directamente con los grandes gurúes (incluido Su Santidad el Dalai Lama) de la tradición budista tibetana, dedicados al desarrollo mental.

Wallace está dedicado a la práctica de la meditación shamatha y desde 1992 está trabajando con varios equipos de científicos cognitivos, estudiando los efectos psicofisiológicos del ejercicio de la atención y de otras formas de meditación.

En el 2003 fundó el Instituto para Estudios de la conciencia en Santa Bárbara, que tiene como objetivo integrar las perspectivas científicas y contemplativas para la investigación de la conciencia.

Uno de los objetivos del Instituto es el Proyecto Shamatha: un retiro de un año para treinta personas que irá acompañado de una evaluación científica antes, durante y después del retiro.

Pero no se asuste, estimado lector, para lograr resultados en la práctica dela atención plena no se requiere que uno se vuelva monje budista. La práctica que nos propone Wallace incluye nueve etapas para el desarrollo de la atención. Y ya en la tercera etapa, desde la comodidad de nuestro hogar, podemos realizar pequeñas prácticas, de manera que en poco tiempo lograremos controlar el estrés.

En la primera etapa de atención orientada nuestra mente es incapaz de centrar la atención durante más de unos pocos segundos; y ya en las etapas más avanzadas se va alcanzando un estado de estabilidad y claridad sublime que se puede mantener durante horas.

Meditación: una alternativa para sobrevivir en este mundo posmoderno

Se progresa de una etapa a otra al ir venciendo progresivamente las formas cada vez más sutiles de dos tipos de obstáculos: agitación mental e inactividad. Ya abundaré sobre este tema, por lo pronto quiero cerrar este escrito regresando a mi comentario inicial.

No es extraño que Ramiro Tepox, el psicoanalista del que le platico se interese en la práctica del Yoga. El yoga, entendido a la manera clásica como la restricción de la conciencia (que incluye mente, inteligencia y ego), es una excelente vía para facilitar el desarrollo de la atención plena.

Y es que el psicoanálisis es una práctica terapéutica y una técnica de investigación fundada por el neurólogo austríaco Sigmund Freud alrededor de 1896. A partir del psicoanálisis se han desarrollado posteriormente diversas escuelas y todas buscan lo mismo: teorías sobre el funcionamiento de la mente humana y  prácticas  terapéuticas.

Este redescubrimiento, desde la perspectiva del psicoanálisis, de la práctica de la meditación y del desarrollo de la atención plena no es el único fruto positivo de la pandemia. También redescubrí las bondades de la convivencia armoniosa en familia, y desde luego lo gratificante que resultan las actividades culturales desde casa.

Bibliografía: El poder de la meditación, para alcanzar el equilibrio; B. Alan Wallace; Ediciones Oniro; Barcelona; 2010.