La tregua de AMLO

 

Por Alejandro MARIO FONSECA

CHOLULA.- Publicada en 1960, La Tregua es la obra de Mario Benedetti que ha alcanzado mayor éxito de ventas. Si usted anda arriba de los 50 años estoy seguro de que le va encantar. Y si no le gusta leer, vea la película mexicana dirigida por Alfonso Rosas, con una excelente actuación de Gonzalo Vega y de Adriana Fonseca.

Muy probablemente, de alguna manera usted me va a entender: la cotidianidad gris y rutinaria, marcada por la frustración y la ausencia de perspectivas de la clase media urbana, impregna las páginas de esta novela.

Adoptando la forma de un diario personal, relata un breve periodo de la vida de un empleado viudo, próximo a la jubilación, cuya existencia se divide entre la oficina, la casa, el café y una precaria vida familiar dominada por una difícil relación con unos hijos ya adultos.

Una inesperada relación amorosa, que parece ofrecer al protagonista un horizonte de liberación y felicidad personal, queda trágicamente interrumpida y será tan sólo una interrupción o descanso temporal.

Una tregua en su lucha cotidiana contra el tedio, la soledad y el paso implacable del tiempo. Pero estrictamente hablando, tregua es un concepto que hace referencia al cese de hostilidades por un tiempo determinado entre dos o más adversarios. La tregua no supone el final de la guerra, pero ofrece un espacio de reflexión, una oportunidad que hay que aprovechar para dirimir los conflictos de manera pacífica.

La tregua navideña más famosa de la historia

Sucedió en Flandes el 24 de diciembre de 1914. La Primera Guerra Mundial llevaba ya 5 meses. Los ejércitos enemigos estaban atrincherados uno frente al otro, “a tiro de piedra”.

El terrible frio invernal combinado con las trincheras anegadas, llenas de alimañas y excrementos humanos; y la putrefacción de los soldados muertos, presagiaban una navidad dantesca.

Pero a media noche los soldados alemanes prendieron velas en los miles de árboles de Navidad enviados al frente para elevar su moral. Y cantaron villancicos, primero Noche de paz, y luego muchas más canciones.

Los ingleses por su parte, primero se quedaron estupefactos, pero luego respondieron con tímidos aplausos que muy pronto fueron entusiastas. También cantaron villancicos a lo que los alemanes respondieron con aplausos.

Poco a poco ambos bandos fueron saliendo de sus trincheras, llegaron a ser cientos y después miles: se daban la mano, compartían cigarrillos y dulces, mostraban fotos familiares y anécdotas de otras navidades, bromeaban sobre lo absurdo de la guerra.

Al día siguiente siguieron comportándose como buenos amigos, incluso se ayudaban para enterrar a sus camaradas muertos, que según algunas fuentes llegaron a ser hasta 100 mil. Incluso organizaron partidos de futbol.

Fue un momento muy humano

La Tregua Navideña no duró mucho, cuando los mandos militares en la retaguardia se enteraron, temerosos de que esa tregua pudiera minar la moral militar, enseguida tomaron medidas para meter en cintura a sus tropas.

Desde luego que la guerra continuó hasta noviembre de 1918 y costó más de 8.5 millones de muertos. Sin embargo, aquella tregua, aquel momento, demostró que una juventud enviada para mutilar y matar, tuvo el valor de dejar de lado sus deberes militares para confortarse mutuamente y celebrar la vida.

En teoría el campo de batalla es el lugar donde el heroísmo se mide por la voluntad de matar o morir por una “causa noble”, sin embargo aquellos jóvenes alemanes e ingleses optaron por otra clase de valentía: se identificaron con el sufrimiento de sus “enemigos” y les ofrecieron consuelo.

En pocas palabras, fue un momento muy humano. Y aunque los medios de comunicación de la época lo presentaron como un “desliz”, un siglo más tarde lo conmemoramos como un paréntesis nostálgico en un mundo que hemos acabado definiéndolo en términos muy diferentes. (Cfr. La civilización empática; Rifkin, Jeremy; Paidós; 2010).

De lo que nos habla esta hermosa anécdota, es de empatía, es decir, de la participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente en los sentimientos de otra persona.

Una historia violenta

Según el historiador austriaco  Frank Tannenbaum, la historia mexicana ha sido particularmente trágica, violenta y sin contemplaciones. La conquista exterminó los jefes indígenas, sus templos, quemó sus reliquias y casi aniquiló la identidad de las gentes con su propio pasado.

Las guerras prolongadas y devastadoras de la Independencia, con sus declarados propósitos de libertad y de justicia, no sólo vinieron a encubrir el terror y la crueldad sino que negaron los valores humanos esenciales inculcados durante cientos de años de educación colonial.

Los cincuenta años que siguieron, vinieron a confirmar al pueblo mexicano que la vida no era sino una temporal supervivencia. La separación de Texas y la guerra con los Estados Unidos tuvieron un efecto psicológico de un cuerpo mutilado que sigue viviendo.

En la lucha con la Iglesia lo evidente fueron los años de una guerra fratricida, cruel y rapaz. Por parte de los jefes acaso se reñía en la batalla en nombre de elevados ideales. Para la masa del pueblo aquello era como un huracán sin sentido, sin dirección, impersonal, totalmente destructivo.

El régimen de Porfirio Díaz descansó sobre un terror ordenado y sistemático. La Revolución de 1910 recreó  las viejas formas de violencia y, por espacio de una década, produjo todas las aberraciones morales y el horror de las viejas experiencias mexicanas.

Yo añadiría, tras el paréntesis de violencia soterrada del PRI gobierno, incluyendo la Guerra Cristera: los 200 mil muertos de la “guerra contra el crimen organizado” de los últimos años  no son más que un triste y lógico corolario.

AMLO debe corregir su estrategia

La 4 T parece estar fracasando, aunque en menor grado la violencia continua y la corrupción, aunque a la baja ahora incluye también al partido del Presidente: Morena.

Nuestra historia es perniciosa y a tres años de gobierno, tras los magros resultados, AMLO está obligado a corregir su estrategia. Sus políticas en general son correctas, pero eso no obsta para que empiece a comportarse como un verdadero estadista y demostrar que sabe corregir a tiempo.