La Toalla

Por Nancy LUNA SORCIA

CHOLULA.- Las primeras toallas de la historia de las que se tiene constancia y que han llegado sus restos hasta nuestros días, son las halladas en unos restos arqueológicos de Italia.

Formaban parte del conjunto de tocador de una dama romana del siglo II. Eran muy parecidas a las de hoy, de algodón teñido.

Se utilizaban no sólo para tumbarse sino también para secarse tras el baño, como muestran ciertos frescos pompeyanos hallados entre las ruinas de aquella ciudad romana que se tragó el volcán Vesubio en el siglo I de nuestra era.

Las buenas toallas antiguas se hacían de lino y de algodón. En el Egipto faraónico, las utilizadas por el faraón se elaboraban con el mejor lino y se teñían de rojo intenso o de azul añil.

Sin embargo, la palabra “toalla” no es de origen griego ni latino sino bárbaro. Los pueblos europeos anteriores a la romanización ya la conocían, en aquellas culturas se utilizaba unos trozos de lienzo llamados tualia para secarse las manos.

En la Edad Media sus usos se ampliaron y se convirtió en una pieza muy versátil. Se podía utilizar como mantel cubriendo la mesa o también como servilleta. Eran muy apreciadas en el ajuar de una doncella casadera. Entre los regalos que ésta recibía la toalla era de los más apreciados.

A partir del siglo XV la toalla fue una prenda muy del gusto de la época. Las toallas del siglo XVI, las de lujo, eran de terciopelo, aunque las había también de lino.

Toallas de excelente felpa policromada colocadas en artísticos bastidores en número de catorce por tamaños y colores eran cambiadas a diario en los hoteles neoyorquinos de principios del siglo XX.

Así lo ordenaba la regulación del Departamento de Sanidad y Turismo de los Estados Unidos. Desde entonces la toalla no ha dejado de mejorar, convirtiéndose en uno de los cuatro objetos de uso imprescindible en la vida diaria de los hogares occidentales.