Por Alejandro MARIO FONSECA
CHOLULA.- La gratitud es la más agradable de las virtudes. Sin embargo, no es la más fácil.
En el caso de la gratitud, el hecho de que sea agradable no sorprende tanto como el hecho de que sea difícil.
¿Quién no prefiere recibir un regalo a un golpe? ¿Quién no prefiere dar las gracias a perdonar?
La gratitud es el placer de recibir y la alegría de estar alegre.
Es un segundo placer que prolonga un primer placer: es como un eco de alegría a la alegría sentida.
Es como una felicidad por añadidura debida a una felicidad de más. ¿Hay algo más sencillo?
La gratitud es una virtud de la cual se puede carecer: sentirla tiene algún mérito, a pesar del placer o quizá a causa de él.
La gratitud es un misterio, pero no por el placer que se experimenta, sino por el obstáculo que se vence.
La gratitud es la más agradable de las virtudes y el más virtuoso de los placeres.
La gratitud no nos quita nada: es un don que se da a cambio, pero sin pérdida y casi sin objeto.
Lo único que la gratitud tiene para dar es el placer de haber recibido. ¿Existe una virtud más ligera, más luminosa?
¿Existe una virtud más feliz y más humilde, una gracia más fácil y más necesaria que la de dar las gracias con una sonrisa o con un paso de danza, con un canto o con la felicidad?
Agradecer es dar; dar las gracias es compartir. Este placer que te debo no es sólo para mí. Esta alegría es nuestra.
La gratitud es don, la gratitud es compartir, la gratitud es amor: es una alegría que va acompañada por la idea de su causa.
En el sentido literal, sólo podemos sentir gratitud hacia los seres vivos. Sin embargo, cabría preguntarse si toda alegría recibida, sea cual sea su causa, no puede ser el objeto de esta alegría recíproca que es la gratitud.
¿Cómo no sentirnos agradecidos al sol por su existencia? ¿Cómo no sentirnos agradecidos a la vida, a las flores, a los pájaros?
Toda alegría, incluso la alegría puramente interior o reflexiva tiene un motivo exterior, que es el universo, Dios o la naturaleza: que es todo.
La gratitud es gratuita, por lo cual no podemos exigir de ella, o por ella, ningún tipo de pago.
El reconocimiento quizá sea un deber, en todo caso una virtud, pero no puede ser un derecho por el que se pueda exigir cualquier cosa en su nombre.
La gratitud se ve movida a actuar a favor de quien la suscita, porque el amor quiere devolver alegría a quien le alegra: así la gratitud alimenta la generosidad, que a su vez alimenta a la gratitud.
El reconocimiento o la gratitud, es el deseo o el celo de amor por el que nos esforzamos en hacer el bien, a aquel que nos lo ha hecho en virtud de un sentimiento parecido de amor hacia nosotros.
Lo que la gratitud enseña, es que existe una humildad feliz, o una alegría humilde, porque sabe que no es su propia causa, ni su propio principio, y por ello se alegra todavía más.
¡Qué placer decir gracias¡ Porque la gratitud es amor, porque se sabe deudora, o más bien porque se sabe satisfecha, más allá de toda esperanza y antes de toda espera, por las existencia de eso mismo que la suscita.
La gratitud se alegra de lo que ha ocurrido, o de lo que es, por lo tanto es lo contrario de la pesadumbre o de la nostalgia, también de la esperanza o de la angustia.
Gratitud o inquietud. La alegría de lo que es o fue contra la angustia de lo que podría ser.
La gratitud es la alegría de la memoria, el amor por el pasado, no el sufrimiento por lo que ha dejado de ser, ni el lamento por lo que no ha sido, sino el recuerdo alegre de lo que fue.
La gratitud es el tiempo reencontrado, lo que hace que la idea de la muerte nos resulte indiferente, puesto que la muerte misma que se adueñará de nosotros, no podrá adueñarse de lo que hemos vivido.
La muerte sólo nos privará del futuro que, no existe. La gratitud nos libera de él por el saber feliz de lo que fue.
El reconocimiento es un conocimiento (mientras que la esperanza es sólo imaginación); por eso afecta a la verdad que es eterna, y la habita. La gratitud es el goce de la eternidad.
La gratitud no anula el duelo; lo lleva a cabo: hay que sanar a los desgraciados por el recuerdo agradecido de lo que se ha perdido y por saber que no es posible hacer que no haya sucedido lo que ha sucedido.
¿Existe una formulación más bella del duelo? Se trata de aceptar lo que es, y también, por lo tanto, lo que ya no es, y amarlo tal cual, en su verdad, en su eternidad.
Se trata de pasar del dolor atroz de la pérdida a la dulzura del recuerdo, del duelo que hay que llevar a cabo al duelo llevado a cabo: el recuerdo agradecido de lo que se ha perdido.
¡Qué atroz es que nuestro amigo se haya ido! ¿Cómo podríamos aceptarlo? Por eso el duelo es necesario, por eso es difícil, por eso es doloroso. Pero la alegría vuelve a pesar de todo: ¡Qué bien que haya vivido con migo! El trabajo de duelo es el trabajo de la gratitud.
2020, el año del encierro, ha sido un año muy difícil: la muerte nos acecha. Los que seguimos vivos debemos ser humildes y dar gracias.
*Textos de Andrè Comte-Sponville; Pequeño tratado de las grandes virtudes; Paidós.