Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- El fundamento de este peculiar medio de transporte descansa en el Principio de Arquímedes, es decir, todo cuerpo parcial o totalmente sumergido en un fluido es empujado hacia arriba con una fuerza igual al peso del volumen del agua que dicho cuerpo desplaza. Los submarinos, como los barcos, tienen flotabilidad positiva debido a que su densidad, al ser menor que la del agua, genera un empuje hacia la superficie. Por tanto, para hundirse requieren una densidad mayor que la del agua, algo que consiguen inundando con agua una serie de tanques llamados lastres situados en la parte delantera y trasera.
Para emerger de nuevo vacían los tanques con unas bombas especiales e inyectan aire. Aunque en los últimos años algunos países, como Japón o China, han desarrollado sumergibles capaces de
descender por debajo de 10.000 metros, los grandes submarinos no suelen superar los 600 metros de profundidad. Más allá, la diferencia entre la presión del mar y la presión atmosférica del interior es excesiva para los cascos de acero o titanio de estas naves.
Hasta los años 50 del siglo pasado, todos los submarinos utilizaban propulsores diésel-eléctricos para mover las bombas y las hélices o turbinas. Este sistema tiene el inconveniente de que los motores diésel necesitan absorber oxígeno y expulsar dióxido de carbono para funcionar y poder recargar las baterías eléctricas del submarino. En consecuencia, periódicamente el aparato debe emerger y captar oxígeno con un esnórquel, que también sirve para renovar el aire interior.
Para navegar a gran profundidad, donde no existe visibilidad, los submarinos utilizan el sonar, un sistema de localización acústica que emite ondas y después analiza de qué manera rebotan. De esta manera, es posible detectar y determinar la distancia a la que se encuentra cualquier obstáculo. Es un mecanismo similar al que poseen los delfines.
SUMERGIBLES Y UTILIZACIÓN CIVIL
En su origen, el submarino fue ideado como una máquina eminentemente bélica. La posibilidad de aproximarse y atacar a un enemigo bajo el agua, sin ser visto, representaba una ventaja estratégica clave en cualquier contienda marina, como quedó plasmado en las dos grandes Guerras Mundiales. Sin embargo, en paralelo fueron proliferando otro tipo de sumergibles para uso científico y civil. Aparatos de movilidad más limitada idóneos para estudiar el fondo de los océanos, localizar barcos hundidos, realizar operaciones de rescate, etc. Los batiscafos o minisubmarinos autopropulsados son un buen ejemplo. En los últimos tiempos también se han desarrollado sumergibles controlados de forma remota para acceder a zonas muy profundas y peligrosas o, por ejemplo, sellar fugas en buques hundidos.