Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- En muchos aspectos tenemos mucha suerte de vivir en una época en la que se suceden las más modernas tecnologías. Uno de estos inventos que nos facilita la vida y la hace mucho más cómoda es, sin lugar a dudas, el aire acondicionado. Este aparato ha logrado aliviarnos sobremanera en esos desagradables momentos en los que la canícula golpea con todas su fuerzas y nos deja sin fuerzas para hacer nada. Así, con tan solo apretar un botón, cualquier espacio interior adquiere una temperatura agradable y recuperamos el buen humor. Pero no hace demasiado tiempo, cuando estos aparatos modernos aún no existían, nuestras abuelas y nuestras madres tenían que ingeniárselas para soportar esos días calurosos lo mejor posible.
Para ello empleaban un artilugio con el que se daban aire y así aguantaban con menos penurias aquellas horas en las que el sol no daba tregua alguna. Efectivamente, estamos hablando del abanico.
No podemos establecer la fecha exacta en la que apareció el primer abanico, aunque tal vez ya en tiempos muy remotos nuestros antepasados inventaron un artefacto para reavivar las llamas de los hogares para cocinar. Quizás el primer abanico, o algo parecido, se inventó para aquel sencillo menester. De hecho, se han documentado útiles para abanicarse desde la más remota antigüedad: egipcios, babilonios, persas, griegos y romanos utilizaban objetos de este tipo (llamados flabelos) como elementos de lujo, reservados tan solo a las clases más pudientes. Algunos de estos abanicos, como en el caso de los egipcios, podían llegar a ser de gran tamaño.
Estaban construidos con un largo palo rematado con plumas de colores (normalmente de avestruces) y eran manejados por sirvientes tanto para airear a sus patronos en los calurosos días de verano como para espantar a los molestos insectos, muy presentes en un país tan caluroso como Egipto.
La introducción de los abanicos desde el Próximo Oriente a Europa podría haber tenido lugar en el siglo XII, en el transcurso de las Cruzadas. Estos primeros abanicos estaban reservados a la realeza y la nobleza, y fueron considerados un símbolo de estatus. Posteriormente, la Iglesia empezó a emplearlos también como instrumentos litúrgicos. Estos abanicos eran fijos, y algunos estaban adornados con plumas y con los mangos bellamente trabajados.
Sin embargo, podemos rastrear el origen del tipo de abanico que conocemos hoy en día, denominado abanico plegable, en la lejana Corea del siglo X, gobernada por la dinastía Goryeo o Koryo. Existe una historia coreana que explica los orígenes de este objeto. Un monje budista, enamorado de una mujer e incapaz por ese motivo de poder alcanzar la iluminación, decidió fabricar un abanico que tuviera la forma de su amada. Para ello usó tiras de bambú para construir las varillas, que cubrió después con papel sobre el que escribió un poema. Una vez terminado, cada vez que cerraba el abanico podía ver la figura de su amada y cuando lo abria creía ver el vuelo de su falda. La dinastía Ming los introdujo en China y durante el período Tokugawa fueron introducidos en Japón. Y desde aquellas lejanas tierras de Oriente, este tipo de abanico viajó hasta Europa, donde fue introducido por los portugueses en el siglo XVI.