Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- A lo largo del río Nilo en Egipto, o en las cuencas de los grandes ríos de Babilonia, los mosquitos eran una plaga insoportable, una molestia nocturna. Quien podía, construía su dormitorio en lo alto de un árbol, ya que los mosquitos no volaban muy alto por el viento. Incluso las personas pobres descansaban envueltos en mosquiteras o en un lienzo.
El geógrafo e historiador griego Herodoto, del siglo V a.C., hace este relato: “En algunos lugares del país de Egipto, pasados los pantanos, sus habitantes pasan la noche en torres porque saben que los mosquitos no vuelan tan alto a causa del viento. Cuando no, se envuelven en unas mallas a modo de redes, las mismas que durante el día les sirven para pescar. No es posible dormir, aunque sea vestido, porque los mosquitos pican a través de la ropa”.
De esa costumbre egipcia procede la palabra “conopeo” = velo en forma de pabellón que antiguamente cubría la cama: del griego konops = mosquito, de donde konopeion = mosquitero.
Si los mosquitos no dejaban dormir, los piojos no dejaban vivir, y con su multiplicación podían dar lugar a una muerte terrible. Dos hembras ponen dieciocho mil huevos en dos meses, lo que puede infestar a una persona. Son numerosos los personajes históricos que murieron por este problema, como Platón, Herodes, Juliano el Apóstata o Valerio Máximo.
Primeros insecticidas
A lo largo de la Edad Media se aconsejó usar arsénico contra las plagas de insectos que invadían casas, calles y sembrados. También se utilizaban velas de citronela para ahuyentar a los mosquitos.
Pero el hombre necesitaba ayuda extra contra los insectos. En el siglo XVII, se empleó un singular insecticida, la nicotina del tabaco: mano de santo contra el escarabajo de la ciruela, pulgas y pulgones de perros, gatos y hombres.
En 1828 fue tan grande la necesidad de combatirlos que se echó mano de todo tipo de productos. Se reparó en el valor insecticida del crisantemo, cuyo polvillo seco da lugar al piretro. Se utilizó el tumbo del Brasil y el nikoe de las Guayanas cuyas raíces contienen rutenona, capaz de actuar sobre el sistema nervioso de los bichos.
A finales del siglo XIX estuvo de moda el arseniato de plomo y desde entonces hasta los primeros años del siglo XX causaron sensación los polvos del doctor Vicat para combatir insectos domésticos. Numerosas fábricas pusieron en el mercado millones de kilos del producto que se vendía en botellas: no había enemigo más eficaz contra piojos y chinches, aunque las pulgas se resistían.