Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- El incienso, al igual que la mirra, llegó de Arabia. El historiador y naturalista latino del siglo I Plinio, refiere que el control de su comercio había enriquecido a los habitantes del sur de la península arábiga, aunque también hubo incienso en África oriental y en la India.
Incienso y mirra fueron la base de la riqueza de países como Omán y Yemen, donde gracias a la domesticación del camello fue posible organizar un entramado comercial y vías de transporte desde los remotos valles donde crecen los árboles de los que se saca estas valiosas resinas, hasta el Norte y Occidente.
Aquella resina aromática obtenida del árbol de boswelia crecía también en Somalia, además del sur de la península arábiga, y se obtenía practicando una incisión en el tronco, del que fluye un líquido lechoso que al entrar en contacto con el aire se solidifica.
Fueron los fenicios el pueblo el que introdujo el incienso en Occidente hace 3.000 mil años. Entre sus objetos de culto ocupó lugar destacado. Los quemadores de perfumes e incensarios indican que lo usaban profusamente, como muestran los hallazgos realizados.
En España a finales del siglo VII a. C., hubo quemadores de incienso (thymateria). De hecho en toda la península Ibérica, así como en Baleares: desde el Puig des Molins, en Ibiza, de hasta los del sur de Portugal y puntos equidistantes como Jaén.
En la Antigüedad, el incienso era una sustancia apetecida por los poderosos, los reyes y los sacerdotes. Se empleó siempre como elemento imprescindible en el culto, en los sacrificios y en las ceremonias que buscaban alejar a los malos espíritus.
Los egipcios empleaban el incienso en el culto a los muertos; también babilonios y persas. A partir del siglo VII a. C., los griegos hacían ofrendas de incienso a sus divinidades en la celebración de los Misterios. También en la Antigua Roma el incienso desempeñó un papel importante en fiestas, ritos funerarios y en el culto al emperador.
Durante la Edad Media, el incensario entró a formar parte de la vida diaria. Los entierros eran precedidos por él, tanto para mitigar la fetidez de los cadáveres como para suscitar un pensamiento piadoso y una esperanza en la resurrección, ya que el humo simbolizaba la permanencia del alma del difunto.
El incensario aparecía como símbolo parlante de muchos santos, como el protomártir Esteban, san Lorenzo o san Vicente. Asimismo, los grandes sacerdotes bíblicos como Melquisedec, Aarón o Samuel portaban incensarios en sus manos.
También culturas de América Central quemaban resinas aromáticas llamadas “copal”: bolas de resina elevaban su humo perfumado hasta el centro del cielo. Los chinos quemaban trozos de la aromática madera de sándalo en vasijas. Mucho después las cenizas procedentes de la combustión de las varitas de incienso, procedentes de la India, se tragaban o engullían como medio contra las enfermedades que se transmitían por el aire.