El Carnaval

Por Nancy LUNA SORCIA

CHOLULA.- El Carnaval precede a la Cuaresma, y en previsión de los cuarenta días de ayuno que se avecinan se acentúa durante tres jornadas todo lo que la Cuaresma prohíbe: buena mesa y mucha diversión.

Durante la historia, todos los pueblos tuvieron unas fechas para el desmadre similares al carnaval:

Los egipcios celebraban hace cuatro mil años las fiestas del buey Apis en Menfis. Aquellos días la multitud de fieles tenía la vista puesta en el disco de oro que el buey sagrado portaba entre sus

cuernos y cuando los últimos rayos del sol de la tarde se reflejaban en él daba comienzo una fiesta ruidosa, con música, y el griterío se apoderaba de la ciudad y todo estaba permitido.

Los hebreos celebran el Purim, conmemoración de la caída del rey persa Asuero, llamado Amán según relata el Libro de Ester, quinientos años a.C.

Los griegos celebraban en honor a Dioniso unas fiestas presididas por la tolerancia: desaparecían las clases sociales y todos los hombres eran iguales esos días.

Historia del carnaval en España

En España ya en tiempos de Cervantes el carnaval se había convertido en ocasión casi blasfema. En 1585 se buscó su prohibición y en Madrid casi desapareció.

Felipe V lo prohibió, pero volvió a legalizarlo Carlos III, en cuyo reinado se introdujeron los bailes de máscaras en casi todos los teatros españoles y americanos.

Fernando VII prohibió las celebraciones callejeras y permitió el carnaval sólo en lugares cerrados. Pero durante la regencia de María Cristina volvió a las calles. Eso de volver a las calles tenía su gracia en algunos casos.

Cuando en 1909 Barcelona vivía una oleada de reivindicaciones obreras muchos aconsejaron al gobernador civil Ángel Osorio que prohibiera aquel año el carnaval, pero no quiso hacerlo.

Lo que hizo fue situar durante los festejos, a lo largo de Las Ramblas, cientos de policías disfrazados de pierrots portadores cada uno de sendas estacas parecidas al as de bastos.

Se corrió la noticia y cayó en gracia, sobre todo cuando la gente se dio cuenta de que al paso del gobernador todos aquellos pierrots saludaban presentando armas, en esto caso las garrotas, como si de fusiles se tratara: aquel año el carnaval fue pacífico. Famosos son también los carnavales de Cádiz.

A Santiago Rusiñol, entusiasta de esta fiesta, el carnaval de 1931 le cogió en Aranjuez, en su lecho de muerte: pero deseoso de cumplir con el rito carnavalesco hizo un turbante con la toalla, colocó unas enormes narices de cartón en su cara y recibió al médico diciendo: “Hay que cumplir con la tradición”.