Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- Si queremos proteger algo muy valioso, en muchas ocasiones lo guardamos cerrado con un buen candado. Esto impide que “los amigos de lo ajeno” puedan acceder a nuestras posesiones.
El candado es un cierre de seguridad de uso muy antiguo. Se cree que fueron los chinos quienes inventaron el candado, ya que de hecho, fueron ellos también los que habían inventado la cerradura y la llave. Por tanto, es en la cultura milenaria china dónde encontramos el origen del candado.
En el Antiguo Egipto el candado protegía del robo los objetos preciosos, ya que en aquel país los ladrones estaban constituidos en cofradías o gremios con derechos reconocidos por el Estado. Los candados primitivos eran artilugios sofisticados, como se deduce de los ejemplares guardados en el museo parisino del Louvre; tenían forma de pescado cuya cola se cogía con un cáncamo de hierro.
Resulta paradójico a propósito de cerraduras, cerrojos, llaves y candados, que aunque fueron pensados para dificultar la tarea a los ladrones, el robo no estuviera castigado en Egipto, donde parece que primero se generalizó el uso de la cerradura. Las autoridades egipcias consideraban el robar como actividad u oficio reconocido.
El historiador Diodoro Sículo, del siglo I a. C., cuenta que estaban tan organizados en las ciudades egipcias que cada uno de ellos tenía un jefe a quien entregaba el fruto de su «trabajo». Este jefe era quien se ponía en contacto con el dueño del objeto sustraído para ajustar el precio o rescate de lo robado, en caso de que se quisiera recuperar.
En Siria fueron de uso frecuente ciertos candados de inspiración griega. También en Esparta, hacia el siglo V a. C., se consideraba el robo un negocio honorable: sólo el ladrón cogido in fraganti era castigado no por ladrón, sino por haberse dejado sorprender.
Los antiguos romanos llamaron será a una especie de candado o cierre móvil para proteger las puertas de las casas. Eran artefactos con cierta sofisticación como puede verse en la colección que guarda el londinense British Museum, procedentes muchos de ellos de tumbas romanas de los primeros siglos del cristianismo.
Los mercaderes medievales incentivaron la inventiva de cerraduras fiables que pusieran a buen recaudo sus fortunas. Baúles y guardarropas, cofres y arcones se aseguraban con fuertes candados. Se pusieron de moda los candados grandes artísticamente adornados, y en vez del pasador horizontal se generalizó el uso del fiador de goznecon lo que se dificultaba a los ladrones tener éxito con sus ganzúas.
A lo largo de la Edad Media adquirieron su forma actual, aunque sus mecanismos eran fácilmente manipulables. En el siglo XIX, se habló de candados de secreto y combinación, sin llave, que se abrían mediante una clave formada por letras alineadas.