Parte I
Dra. Margarita TLAPA ALMONTE
CHOLULA.- El Día de Muertos, una celebración que en las culturas prehispánicas y en el presente los muertos cobran vida en los recuerdos de los vivos, que evocan sus formas de ser, sus gustos, virtudes y defectos. Un acontecimiento natural, en el que se establece un diálogo entre muertos y vivos, para conformar un todo. Muchos investigadores coinciden en que existía una filosofía en estas culturas, donde la muerte y la vida constituían una unidad, la cual estaba relacionada con la fertilidad. La muerte forma parte de la vida cotidiana del mexicano, disfraza su temor, se mofa de ella y traduce ese miedo en fiesta y obligación para recibir atender y honrar a los muertos. Un diálogo que se encarna en altares y ofrendas compuestos por flores, velas y un sin fin de elementos que las convierten en todo un arte por su diversidad de formas y colores, pero sobre todo con una gran armonía que forman parte de un ritual y que podemos encontrar en cada pueblo de México, la cual representa la enorme relación que los mexicanos tenemos con la muerte y nos da identidad.
En el mundo prehispánico muchas fiestas que se celebraban tenían relación con la muerte y eran distribuidas en el calendario agrícola, se celebraban al largo de los 18 meses del año azteca. Sin embargo, esta ceremonia a partir de la Conquista se concentra con la imposición de las festividades religiosas cristianas y que a la fecha seguimos realizando. La tradición tiene orígenes prehispánicos, los mexicas fueron quienes dieron origen a esta fiesta, por rendir culto y recordar a las personas que ya no estaban con ellos. La fiesta estaba dedicada a diversas deidades, la temporalidad de las mismas para celebrarlas variaba de acuerdo al calendario prehispánico. Según el calendario cada deidad era celebrada en un tiempo determinado. A la llegada de los españoles, éstos observaron que las ofrendas a Mictlantecutli, señor de los muertos, coincidían con el calendario gregoriano, por lo que las retomaron de acuerdo con las tradiciones cristianas, generando así un sincretismo religioso en tierras mesoamericanas y cambiando la tradición en parte la tradición religiosa mesoamericana.
Diversas investigaciones han encontrado que entre todas las ceremonias dedicadas a los muertos destacaban particularmente dos: La primera celebrada, en el noveno, llamada Tlaxochimaco o Miccailhuitontli, fiesta pequeña de los muertos o de los muertos pequeños; y la otra Xócotl Uetzi o llamada Hueymiccaihuitl, la fiesta grande de los muertos celebrada el décimo mes, probablemente una festividad celebrada en el último día de la veintena que engloba cada mes. Posiblemente la celebración de los difuntos se estableció en México el uno y dos de noviembre. Así mismo, los mexicas suponían que existían tres lugares donde se dirigían los muertos, según el tipo de muerte y no por la conducta en esta vida. Así tenemos que el lugar denominado Mictlán o Xiomoayan, lugar de los muertos descarnados o inframundo, era concebido como un lugar poco favorable donde se iban las almas no elegidas por los dioses, quizás por eso los españoles le dieron la traducción de infierno. Este lugar estaba conformado por nueve planos o pisos terrestres los cuales eran recorridos por los difuntos para poder llegar al noveno y último piso que era el lugar de su eterno reposo denominado obsidiana de los muertos.
El segundo lugar llamado Tlalocan o paraíso de Tlaloc, era donde iban los ahogados. El tercer lugar estaba conformado por Cihuatlampa y Mocihuaquetzque, también conocido como cielo, ya que los difuntos iban donde se encuentra el sol. A este lugar llegan los guerreros y las parturientas. Se pensaba que tenían que pasar cuatro años del deceso para que el muerto llegara al noveno inframundo y alcanzar el descanso definitivo.
Fusión de dos Culturas para Celebrar Día de Muertos
En lo referente a las prácticas funerarias de los pueblos prehispánicos, se sabe que los entierros eran acompañados por ofrendas constituidas por figurillas, máscaras, vajillas y objetos que pudieran ayudarles a realizar su viaje a través del inframundo.
Sin embargo, durante el siglo XVI en la época de la Conquista, la religión cristiana impuso a los indígenas creencias y prácticas, que estaban influenciadas por grupos paganos cristianizados de Europa, además de la influencia árabe y de otras culturas que tenían ciertas analogías con las creencias mesoamericanas. Creencias y prácticas que buscaron adaptarse para buscar nuevos significados, que explicaran la nueva realidad que se presentaba tanto a indígenas y españoles. Un sincretismo religioso que fue diferente de acuerdo a las distintas regiones del país. De esta forma encontramos que el cristianismo entre los indígenas e incluso entre los mestizos en México está formado a partir de la religiosidad mesoamericana y del catolicismo popular español, dando origen a lo que hoy constituye la festividad del día de muertos.
En el Miccailhuitontli celebraban la fiesta de los muertecitos y la fiesta grande de los muertos, las ofrendas consistían en ofrecer dinero, cacao, cera, aves, semillas, fruta y comida. Iniciaba el 8 de agosto ofrecían cera, comida, frutas y maíz, porque era una fiesta de la cosecha de frutos. Las fiestas duraban 20 días en el calendario, celebraban a los muertecitos donde se honraban a los niños muertos y a los veinte días se llamaba veintena de los muertos grandes. Se realizaba fiesta a los muertos porque en la cosmovisión prehispánica, la muerte no representaba el fin de la existencia, sino como parte de esta, por eso era importante, porque era una fiesta de la vida.
En la tradición española dedicaban el mes de noviembre a las Ánimas, ofrecían misas a los difuntos. A la llegada del cristianismo a América, los españoles vieron la conveniencia de dar seguimiento a la tradición de los indígenas, quienes continuaban su celebración, transfiriendo la fiesta al calendario occidental al 1 y 2 de noviembre. Sin embargo, aun con el sincretismo religioso, la tradición prehispánica prevaleció, era la fiesta de los frutos cuando se levantaba la tierra, y de acuerdo a su pensamiento las almas de los muertos retornaban a saludar a sus seres queridos.
Entre las pérdidas que se tienen de esta tradición prehispánica, es que la fiesta duraba cuatro días, por ser un número sagrado, por representar las cuatro fases del ciclo natural, las cuatro estaciones del año, los cuatro momentos del año, las cuatro fases de la luna y los cuatro rumbos. Por eso la fiesta inicia el 30 de octubre y concluye el 2 de noviembre. El 30 y 31 de octubre llegaban las almas de los niños que murieron antes del parto, que no fueron bautizados (están en el limbo) y a los más pequeños, el 31 las mujeres jóvenes. El 1 de noviembre se esperaba a las almas de los grandes. En el calendario cristiano se denominaba fiesta de “Todos Santos”, de quienes llevaron vida ejemplar, por lo que los elementos del Altar se cambian y se colocan cosas que al muerto gustaban. El 2 de Noviembre se dedicaba al “Ánima Sola” el “Día de los Files Difuntos”, el día más grande de celebración en nuestro país. El Altar se deja hasta ese día para quienes no tienen quienes los reciban, o tengan un sitio a donde llegar. Estas tradiciones son de arraigo principalmente en comunidades indígenas y rurales donde se tiene la creencia de que las Ánimas los visitan para disfrutar las ofrendas de flores y platillos que ofrecen sus parientes.
Es importante mencionar que el Altar comienza a montarse del 30-31 de octubre al 2 de Noviembre. El 30 y 31 de octubre llegan las almas de los niños y se retiran el 1 de noviembre a las 12 horas, cuando llegan los adultos para disfrutar de las ofrendas colocadas en su memoria y se retiran el 2 de noviembre a las 3:00 de la tarde. A quienes murieron un mes antes de la fiesta, no se les coloca ofrenda, de acuerdo a la creencia es porque no tuvieron tiempo de pedir permiso para llegar a la celebración, y solo sirven como ayudantes de otras ánimas. El 28 de octubre es dedicado para quienes fallecieron por accidente o violencia.