Por Alejandro MARIO FONSECA
En mi última columna comenté uno de los cuentos de Edgar Allan Poe dedicado a la “gran plaga de Londres”. Como usted seguramente ya sabe, La peste bubónica es ocasionada por la bacteria yersinia pestis y se contagia por el contacto con moscas infectadas.
Los síntomas incluyen inflamación de los ganglios linfáticos, que pueden alcanzar el tamaño de un huevo de gallina, en la ingle, las axilas o el cuello. Pueden presentar sensibilidad y calor. Otros síntomas incluyen fiebre, escalofríos, dolor de cabeza, fatiga y dolores musculares.
La peste bubónica requiere tratamiento hospitalario urgente con una fuerte dosis de antibióticos. Aclaró esto porque recibí un comentario en el que se me descalifica por “confundir la pandemia actual de covid-19 con aquella que entre 1665 y 1666 mató a cerca de 100 mil personas en Londres.
Mi crítico además me tacha de lunático por mi “tonta ocurrencia” de relacionar la alegoría literaria de Poe con la peste electoral mexicana que ya estamos padeciendo en medio de la pandemia de covid-19. Seguramente es un panista que no le gustaron mis críticas. Lo invito a debatir por escrito y con respeto.
Y para seguir con la misma tónica ahora quiero escribir sobre Baudelaire, el poeta francés que descubrió a Poe y lo introdujo en el ambiente literario europeo. Yo pensaba que habían sido amigos, pero resulta que ni siquiera se conocieron. Lo que no le resta valor al gran esfuerzo de Baudelaire por posicionar a Poe como un gran hombre de letras.
Charles Baudelaire
Como es sabido, Charles Pierre Baudelaire (1821-1867) fue poeta, ensayista, crítico de arte y traductor francés. Paul Verlaine lo incluyó entre los poetas malditos de Francia del siglo XIX, debido a su vida bohemia y de excesos, y a la visión del mal que impregna su obra.
Investigando sobre la relación de Baudelaire con el tema de la peste, me encontré un sitio en Internet que se llama Lapeste.org con el ensayo El tiempo sin tiempo: una reflexión, a la luz de Baudelaire, sobre la eternidad consumista en que vivimos.
Su autor Juan Pablo Carrillo afirma que un par de poemas de Baudelaire arrojan una luz inesperada sobre este tiempo que nos tocó vivir en el que sin ninguna duda ya estamos condenados al yugo del consumismo.
“Un tiempo sin tiempo de nuestra época, este tiempo sin divisiones evidentes, sin separación clara entre tal o cual momento del día, este tiempo en que podemos estar conectados siempre que queramos y sin diferencia alguna para quienes convierten nuestra acción en consumo”.
Y aquí viene lo interesante, dice Baudelaire en su poema “El crepúsculo de la noche”:
Va cayendo el día. Una gran paz llena las pobres mentes, cansadas del trabajo diario, y sus pensamientos toman ya los colores tiernos o indecisos del crepúsculo.
Y más adelante, en este mismo texto:
El crepúsculo excita a los locos.
¿Quién podría decir esto ahora? ¿Quién, en este reloj amputado de manecillas en el cual vivimos, podría elogiar o al menos distinguir así el crepúsculo? ¿Cuántos de los que viajan del trabajo a su casa por la tarde, absortos en su teléfono, tienen tiempo y atención para percibir los efectos del crepúsculo en su estado de ánimo?
En Baudelaire mismo encontramos una posible respuesta a estas preguntas. Escribe en otro poema que se llama La estancia doble:
Ha reaparecido el tiempo; el tiempo reina ahora soberano, y con el horrible viejo ha regresado su demoníaco cortejo de recuerdos, pesares, espasmos, miedos, angustias, pesadillas, cóleras y neurosis.
Os aseguro que ahora los segundos están fuerte y solemnemente acentuados, y cada uno, al brotar del péndulo dice: “Yo soy la vida, la insoportable, la implacable vida”.
La reflexión de Juan Pablo Carrillo es contundente: Que el consumo nos aleja de nuestra propia vida es evidente por la forma en que lo ejercemos en nuestra época.
Pero, si Baudelaire tiene razón, podría decirse que rehuimos los tiempos muertos, el aburrimiento, el aparente vacío propio de toda cotidianidad, porque éste, apenas rompemos la membrana finísima que separa la distracción de la atención, nos revela eso que señala el poeta: recuerdos, pesares, espasmos, miedos, angustias, pesadillas, cóleras y neurosis. ¿Y quién quiere enfrentar eso?
¿Quién quiere ahora vivir su propia vida, cuando parece más fácil vivir la vida que se nos ha asignado?
¿Quién quiere crear su propia vida cuando parece mucho más fácil tan sólo consumir las formas de vida que ya se nos ofrecen?
(Cfr. Juan Pablo Carrillo Hernández en Lapeste.org)
¿El principio del fin del consumismo?
“No hay mal que por bien no venga” es un refrán que busca emitir un mensaje optimista ante aquellas situaciones que, en principio, no son buenas pero que, a futuro, pueden generar resultados positivos.
Es también un refrán antiguo, de fuente oral y muy empleado por las personas en general. No hay mal que por bien no venga, que se puede aplicar en diversas situaciones en las cuales no se obtiene a la primera aquello que se quiere, por lo que genera la idea de desdicha o infortunio.
En estos casos, no hay mal que por bien no venga puede emplearse incluso como una frase de consuelo para prepararse y seguir trabajando por alcanzar el objetivo que se quiere y sin perder el optimismo. Es decir, lo mejor está por venir, esto como parte de retomar el entusiasmo.
La pandemia de covid-19 repuntó tras las fiestas decembrinas y ahora que ya empezó la vacunación, parece ya verse la luz al final del túnel del terror. Es tiempo de preguntarnos, ¿qué de bueno nos dejó la lección?
Lo que quiero es reflexionar sobre cómo cambió nuestra forma de vivir el monstruo viral que ya nos tiene confinados en nuestros hogares por más de un año
Más allá del tema del “escándalo” que los políticos oportunistas han desatado, lo que me gustaría es relatar los “beneficios del desaguisado”. Muy probablemente sea el tema de una vida de bajo consumo, en armonía con la naturaleza y con la sociedad.
No deja de sorprenderme que a doscientos años del nacimiento de Baudelaire, sus críticas mordaces a la sociedad de consumo sigan vigentes.