Animales domésticos

Por Nancy LUNA SORCIA

CHOLULA.- La historia de los animales domésticos no es nueva, pero siempre causa cierta sorpresa entre algunos historiadores. Los anglosajones, por supuesto, siempre han tenido en alta estima a los animales.

La domesticación de las ovejas, las cabras y el ganado vacuno se produjo por primera vez en el Creciente Fértil de Mesopotamia y en las zonas montañosas cercanas del oeste de Asia hace aproximadamente 10,000 años, al mismo tiempo que la primera domesticación de cultivos vegetales como el trigo y la cebada.

No es extraño, por ello, que desde el Imperio Antiguo (2686-2173 a.C.) los egipcios se hicieran representar junto a sus mascotas en los muros de sus tumbas, en las estelas funerarias y en los sarcófagos. El poder mágico y religioso que se atribuía a la imagen en el Egipto faraónico (ya fuese en forma de escultura, relieve o pintura) aseguraba que el dueño y el animal que él quería, así representados, siguieran gozando de la mutua compañía en el Más Allá. Gracias a estas imágenes podemos conocer muchos detalles sobre la presencia de las mascotas en la vida diaria de los egipcios, sobre las características de las especies y razas de la fauna que entonces vivía junto al Nilo, sobre la domesticación de animales y sobre las prácticas veterinarias.

Las mascotas de los antiguos egipcios eran básicamente tres: perros, gatos y monos. Para los egipcios, el perro (en egipcio antiguo iu, o también tyesem) ya era el mejor amigo del hombre, el compañero más fiel en la casa y también el mejor camarada en la caza. Los artistas egipcios pintaron en las paredes de las tumbas elegantes perros, de distintas especies y razas, sin escatimar detalles: algunos poseían un pelaje uniforme, otros eran manchados; unos tenían las orejas grandes y caídas, y otros, puntiagudas y rectas; había perros pastores y perros guardianes; algunos eran pequeños, y otros enérgicos y feroces como el lebrero, un perro de caza al que reconocemos por su hocico alargado, sus largas y delgadas patas y la cola curvada. En algunas escenas de cacería en el desierto se representan hombres armados con arcos y flechas que, con la ayuda de lebreros, dan caza a leones, órices (unos grandes antílopes) y otros animales.

El perro domesticado entraba en la casa y caminaba libremente por toda ella, acomodándose bajo las sillas para comer, dormir o descansar cerca de sus cuidadores. Nos han llegado imágenes en las que aparecen perros ornados con bellos collares y finas correas que sostienen sus dueños, o que están atados a un árbol. Sin embargo, resulta curioso que los artistas egipcios jamás representasen al hombre o a la mujer acariciando a los perros, cepillando su pelo o sencillamente jugando con ellos.

Esta innovación en la subsistencia humana, conocida como la Revolución Neolítica, se extendió hacia el norte hasta Europa y hacia el sur hasta África y la India, transformando las sociedades humanas en tres continentes. Pero hasta hace poco, parecía que esta espectacular expansión de las plantas y los animales domésticos no había llegado hacia el este, a las ricas zonas montañosas de Asia Central donde, a pesar de su enorme importancia en los últimos milenios de la Edad del Bronce y más allá, había pocas pruebas de una dispersión neolítica.