Afeitarse en la antigüedad

Por Nancy LUNA SORCIA

CHOLULA.- Afeitarse la barba, es una costumbre más antigua que la de cortarse el pelo. La peluquería es uno de los inventos más antiguos de la humanidad, y en ella, la historia del afeitado es anterior a la del corte de pelo.

El hombre primitivo, se rasuraba con conchas hace veinte mil años. Las pinturas rupestres nos lo muestran unas veces barbado y otro afeitado. Operación que, al ser realizada en seco, nos imaginamos que debió de resultar bastante dolorosa.

En la Edad del Hierro europea los guerreros eran enterrados con su espada y su navaja de afeitar. Útil instrumento que la civilización egipcia empleó hace ya más de seis mil años. Primero estaban fabricadas originariamente con oro y posteriormente de cobre.

Con ellas la nobleza se rapaba la cabeza a fin de colocar sobre las calvas abrillantadas una elaborada peluca.

Los sacerdotes egipcios se afeitaban todo el cuerpo cada tres días, ya que el pelo era resto de un tabú primitivo relacionado con la impureza. Los egipcios llevaban a la tumba su colección de navajas de afeitar: una cara afeitada realzaba la categoría social de quien la lucía.

Griegos y romanos, culturas afines a la nuestra, eran amigos del afeitado. Los griegos se afeitaban todos los días.

También lo hacían los pueblos bárbaros; el historiador Diodoro de Sicilia, del siglo II a.C., dice que los galos se rasuraban los carrillos y arreglaban sus enormes bigotes, mientras Tito Livio asegura que en Roma el afeitado era cosa corriente, a pesar de que entre algunos sectores de la sociedad se consideraba cosa propia de griegos y hombres afeminados.

Pero el afeitado se asentó de forma definitiva, e incluso se prestigió cuando el general Escipión el Africano decidió hacerlo todos los días. El acto de afeitarse por vez primera llegó a revestir importancia social y tuvo tintes de ceremonia de iniciación.

Entre los romanos la barba no gozó de gran predicamento hasta que el emperador hispanorromano Adriano la puso de moda dejándola crecer para ocultar ciertas cicatrices de nacimiento que le afeaban.

Con el triunfo del cristianismo los clérigos dejaron crecer sus barbas como símbolo de sabiduría, pero tras el cisma de Oriente la Iglesia de Roma recomendó el afeitado para distinguirse de la iglesia bizantina, que siguió valorando la barba.