Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- La cesta se utiliza para poder transportar cómodamente casi cualquier cosa. Este ingenio, históricamente, ha acompañado a la civilización humana casi desde sus inicios, aunque no siempre ha sido como la conocemos hoy en día.
Antes que a tejer aprendió el hombre a trenzar. El arte de la cestería de mimbre, esparto, caña o tiras de madera flexible es anterior al tejido. El cesto ya fue usado por el hombre del Neolítico en labores de recolección de frutos silvestres: cestos largos y estrechos; chatos y abombados; planos; grandes y pequeños.
El arte de la cestería alcanzó su perfección en el Antiguo Egipto, donde se empleaba el papiro, planta vivaz con caña de tres metros de altura. Un buen cestero hacía hasta cien unidades con distinto diseño.
En alusión a la variedad, y no al número, se dijo ya antiguamente: “Quien hace un cesto, hace ciento”.
En la Antigüedad el cesto servía para todo. El sumo sacerdote de la ciudad babilónica de Lagash lo utilizaba como corona hace cinco mil años. En la Antigua Grecia servía de armario pequeño e incluso de banqueta; era imprescindible en el ajuar doméstico y uso del templo.
Atenea, diosa de amores trágicos, encerró en un cestillo de mimbre blanco el corazón palpitante del joven enamorado Zaegro. Y en la civilización mediterránea fue incluso objeto de culto. En las procesiones de cestos místicos en honor a Baco y Afrodita se celebraban el amor desenfrenado, las orgías y el vino, y en ellas los cestos eran portados por los cestóforos o sacerdotes que entendían en los secretos del amor desenfrenado.
La vivencia del amor como aventura que podía llevar incluso a la muerte fue en el mundo antiguo una constante: de ahí que el término morir equivaliera al orgasmo o pequeña muerte. En el interior de aquellos cestos se guardaban hojas de hiedra recién cortada, granadas, cañavera y una serpiente viva, una serpiente venenosa que más tarde se interpretó como el peligro mortal al que se exponía quien amaba locamente.
Las cestas estaban en el centro de la vida del hombre antiguo. En la Antigua Roma, y luego a lo largo de la Edad Media temprana, el cesto o cesta tuvo diversos usos y formas. Podían ser lisos y pintados, y se adornaba con colores y dibujos el cesto destinado a las vírgenes: de allí derivó la costumbre de regalar a las doncellas cestos pintados llenos de flores y en cuyo interior se escondían una prenda de amor, una carta o un mechón de pelo.
A finales de la Edad Media, la cesta era todavía objeto de obsequio a personas importantes, costumbre que también dio lugar a la actual cesta de Navidad. En pequeños cestos cilíndricos se guardaban los manuscritos en forma de rollo. Los niños guardaban sus juguetes en los “cestos de infancia”, y las mujeres sus objetos de tocador. Tenían tapadera plana y dada su consistencia podían servir de asiento y de mesa. Colgados del hombro como un bolso servían de equipaje, y para su transporte se anudaba un cordel en los extremos.