Diciembre de 1944Querida madre de «J»: Me sería imposible decirte lo mucho que me conmovió la carta que dirigiste al Grapevine (Revista de A.A.) acerca de tu hijo alcohólico. Hace precisamente diez años, mi propia madre, después de años de desconcierto frenético, perdió la esperanza. Yo había sido durante años un empedernido bebedor problema y finalmente me encontraba al borde del abismo. Un médico muy bueno había pronunciado la lúgubre sentencia: «Bebedor obsesivo, en rápida deterioración – desahuciado.» El médico solía hablar de mi caso con palabras como éstas: «Sí, Bill tiene defectos de carácter subyacentes…gran sensibilidad emocional, puerilidad e inferioridad. «Este auténtico sentimiento de inferioridad se ve exagerado por su sensibilidad pueril y esta situación es la que genera en él esta ansia insaciable y anormal de aprobación personal y de éxito ante los ojos del mundo. Niño todavía, llora por la luna. Y parece que la luna no quiere escucharle. «Al descubrir el alcohol, encontró en ello mucho más de lo que encuentra la gente normal. Para él el alcohol no es un mero tranquilizante; significa la liberación – liberación de los conflictos internos. Parece liberar su atormentado espíritu. «A continuación el doctor decía: «Si lo consideramos así, nosotros, la gente normal, podemos imaginarnos cómo un hábito obsesivo puede convertirse en una verdadera obsesión, como ha ocurrido en el caso de Bill. Una vez que él llega al punto de obsesión, el alcohol eclipsa todo lo demás. De allí parece ser sumamente egoísta, e inmoral. Mentirá, engañará, robará o hará lo que sea, para lograr su objetivo de beber. Naturalmente, todos los que están a su alrededor se sienten asombrados y desconcertados porque creen que sus acciones son voluntariosas. Pero esto dista mucho de ser así. La verdadera imagen de Bill es la de un idealista en bancarrota: de alguien que se encuentra en quiebra por haber perseguido sus sueños vanos y pueriles de perfección y poder. Ahora víctima de su obsesión, es como un niño solito llorando en un cuarto oscuro y extraño; esperando angustiado a que venga su madre
-Dios- y encienda una vela. «Tengo que confesarte, Madre de «J», que es posible que yo haya inventado una parte de lo dicho por el médico. Pero ésta es la vida de un alcohólico, tal y como yo la he vivido. ¿Tenía yo, como alcohólico, un carácter defectuoso? Por supuesto que sí. ¿Era yo también, como alcohólico, un hombre enfermo? Si, muy enfermo. No sé hasta qué punto yo era responsable por mi forma de beber. No obstante, no soy uno de aquellos que se amparan en la idea de que solo era un hombre enfermo. Sin duda, en los primeros años, yo tenía cierto grado de libre albedrío. Abusé de ese libre albedrío, para el gran sufrimiento de mi madre y de muchos otros. Estoy profundamente avergonzado. Tú, como persona que me conoce un poco, puede que sepas que, hace diez años, un amigo mío, que era un alcohólico liberado, vino a traerme la luz que finalmente me sacó de mis tormentas. A ti y a los tuyos también les llegará un día como ése- estoy totalmente seguro! Con mis mejores deseos, Bill
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