Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- Los altares como los conocemos hoy en día tienen una relación estrecha con la cultura cristiana, pero esto solo sucedería tras la conquista.
Anteriormente, los nativos mexicanos previo a la llegada de los españoles, según un artículo de la revista de la Universidad de Veracruz, conservaban los cráneos y los mostraban durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento.
Desde sus orígenes el festival se conmemoraba en el noveno mes del calendario solar mexicano, y la celebración se prolongaba todo el mes.
La tradición de dejar objetos a los muertos para su trayecto y de las cosas que utilizaba en vida se remonta a los entierros prehispánicos.
Originalmente en la visión prehispánica, al morir comenzábamos un viaje a el Mictlán, reino de los muertos, que fue traducido como infierno por los españoles.
El viaje duraba 4 días, y al llegar, el viajero ofrecía obsequios a los señores del Mictlán, moradores eternos del recinto de los muertos. Los señores los enviaban a dar un viaje por nueve regiones, donde el muerto tenía un periodo de prueba de cuatro años antes de continuar su vida en el Mictlán, donde finalmente tendrían su eterno reposo en la “obsidiana de los muertos”.
Los entierros en la época prehispánica se acompañaban de dos clases de objetos: lo que los difuntos utilizaban, y los que podría requerir en su tránsito al inframundo. Fue de los entierros de donde se retomó la tradición actual de los altares.
Con la llegada de los españoles y el cristianismo después de a conquista, trataron de introducir a México el miedo a la muerte, la condena y al infierno. Esto, le daría un giro a las creencias prehispánicas.
Fue en esta época cuando comenzaron a implementar arcos de flores, oraciones, procesiones y bendiciones de los restos en las iglesias, así como comenzó a aparecer los antecesores de nuestras calaveras y de lo que sería más adelante el pan de muerto.
Muchos elementos de la celebración no son homogéneos en todo el país, ya que en algunas regiones se celebraba de una forma distinta a la muerte, sin embargo, en el fondo la tradición conserva ciertos rasgos intrínsecos.
Los niveles de los altares suelen representar “los estratos de la existencia “, con una concepción ya cristianizada.
Mientras los más básicos solo cuentan con dos estratos, estos representarían cielo y tierra. Al tener tres niveles añaden el purgatorio. Un altar de siete niveles simboliza los pasos necesarios para llegar al cielo.