Segunda Parte
Por: Dr. Omar Josué ROJAS VÁZQUEZ
CHOLULA.- Si en cualquier facultad de medicina se hiciera un sondeo preguntando desde cuando quisieron los estudiantes entrar a dicha carrera, muchos dirían que desde pequeños soñaban con ser doctores, desde la infancia se visualizaban con su bata blanca ayudando a la gente.
Ser médico en México es el sueño de cientos de miles de estudiantes, al menos cuando ingresé a la universidad, la estadística tasaba en más de 5 mil aspirantes para un total de 800 plazas disponibles, si bien no hay capacidad física para atender a tantos alumnos (escasamente se podían atender las necesidades de 800 por generación), desde hace varias décadas se tacha de clasista y elitista a los exámenes de admisión, máxime en esta administración, razón por la cual han creado universidades cuasi fantasmas.
La felicidad de haber sido seleccionado en la carrera de ensueño, empieza a ser mermada cuando se deben de pelear materias y docentes, mantener el promedio, dividir el tiempo entre la práctica clínica y las clases, trabajar y estudiar, luchar por un buen campo clínico y finalmente buscar una buena plaza de internado, no es fácil ser estudiante, de ninguna carrera, los problemas en medicina son equiparables con cualquier otra licenciatura de cualquier universidad pública o privada.
Una vez en el año de internado, se debe luchar por ser el mejor, por soportar 36 horas seguidas viendo pacientes y estudiando, haciendo notas y pendientes, disfrutar el escaso tiempo libre y preparar clase para el día siguiente, descansar en el suelo, en la silla, o de pie, con una sábana o sin ella, sin comer, pero aprendiendo y haciendo lo que uno más ama en esta vida, dándonos cuenta que, efectivamente, en esos pasillos donde ahorita somos nadie, estamos forjando el futuro que promete la grandeza y la excelencia.
Finalizado el año de internado se debe volver a pelear por una plaza de servicio social, en comunidades alejadas o en la ciudad, estadísticamente, al menos uno de nuestros compañeros perderá la vida en algún pueblo lejano, muchos pasarán noches sin luz, sin agua caliente, o hasta sin comida, viendo pacientes poco agradecidos, algunos otros pasaremos el año bajo la tutela de un investigador, cumpliendo caprichos absurdos y saliendo de nuestra sede a comprar café y pizza, para muchos el servicio social es un año lleno de aprendizaje donde afianzan el sueño y confirman que esa vida es la buena, muchos otros tenemos dudas, perdemos la confianza y nos desvalorizamos, al final todos renacemos como un fénix, listos para enfrentar al mundo.
Ejercer la medicina en México es sumamente desgastante, al menos 9 de cada 10 egresados pasamos por alguna farmacia, recetando bajo un presupuesto mínimo en cada prescripción, doblegando nuestra ética a cambio de 40 pesos, el único objetivo en ese momento es el
Examen Nacional de Residencias (50 mil aspirantes peleando por poco más de 8 mil plazas en todo el país para poder realizar una especialidad).
Ser médico en México siempre ha sido frustrante, un sistema de salud roto, viejo, poco útil, un modelo jerárquico arcaico, lleno de violencia y misoginia, un pueblo que nada valora y exige atención de primera calidad por 40 pesos o menos, a todo eso podemos agregar todos los traspiés de esta administración, recorte a las becas de los pasantes y residentes, oídos sordos a los asesinatos de pasantes en el país, doblar el total de plazas para especialidad sin tener el espacio físico y no resolver el problema.
La formación medica es un proceso largo, lento, peligroso, desvalorizado, sin embargo, muchos volveríamos a elegir la medicina sin pensarlo.