CHOLULA.- Lo primero que viene a la mente cuando se hace mención a la peste negra es una máscara típica de los médicos de la época, con grandes ojos y un largo pico, si bien, existía un atuendo característico, compuesto por guantes de cuero, gabardina negra y botas, es la máscara el silente recordatorio de la peor pandemia que la humanidad pudiera vivir.
Inspiradas en las aves, las máscaras poseían un pico largo, el cual llenaban de artículos aromáticos para disminuir el hedor y proteger del aire podrido, ya que, de acuerdo a la teoría miasmática de la enfermedad, era causa de infección.
Sin embargo, la historia recordará a este año con un símbolo hasta ahora obligado en cualquier sitio, la mascarilla cubre-boca, si bien se debatió su uso, ante la inicial ausencia de evidencias, amparadas en el tamaño del virus y la duración de los cubrebocas, actualmente su uso es altamente recomendado para evitar la propagación del SARS-CoV2, ya que, ante la ausencia de una vacuna o medicamento, es la mejor barrera de protección.
¿Qué tan potente puede ser un símbolo?
La máscara ha sido asociada a múltiples funcionalidades, con los inherentes significados al uso de la misma, desde el misticismo de las ceremonias, pasando por la cultura popular, donde los héroes deben asumir una identidad diferente, como Batman, el Zorro o el llanero solitario, hasta la dualidad de símbolos, representada por la máscara de Guy Fawkes.
Sin embargo, desde antes que fuera declarada la pandemia, este accesorio ha sido el centro de una guerra política y cultural, ha incitado protestas alrededor del mundo, y ha desafiado a las autoridades, no bastando el discurso médico para comprender el rechazo de la gente, es aquí donde entran a la arena la sociología y la perspectiva histórica.
El discurso debe ser cambiado, migrando de los tecnicismos hacia un discurso que apele a la naturaleza humana, enfatizando los valores como solidaridad y seguridad comunitaria, estas medidas han mostrado una mayor aceptación, con el respectivo freno que representan al contagio comunitario del SARS-CoV2.
Durante la pandemia de Gripe Española en 1918, ciudades como San Francisco decretaron el uso obligatorio de mascarillas, volviéndose, ciudades enmascaradas, con sus respectivos sectores radicales que desafiaron al gobierno, aludiendo al control político a través del bozal que hubiese representado dicho artefacto, misma situación que vemos el día de hoy con ciertos sectores que apelan a una “plandemia”, argumentando el control incondicional a través de cubrebocas.
En la actualidad, aparte de las teorías conspirativas, el rechazo recae en la encarnación de la enfermedad, ya que dicho accesorio sólo debería usarse cuando existan síntomas, si bien pudiera parecer ilógico, dicho postulado se ampara en el miedo natural que provoca esta enfermedad sin cura conocida ni vacuna aprobada.
Esta pandemia ha transformado el rostro individual, ya que la idea de que los ojos son las ventanas el alma, ha existido desde el tiempo de los griegos, y esa actitud continúa hoy con el temor de que al cubrir la cara, se oculta la verdadera naturaleza del hombre, incurriendo en contradicciones establecidas desde tiempos inmemoriales, donde los malos se cubren la cara y los buenos andan con el rostro al aire. Tantos siglos de supuestos se invirtieron en solo seis meses.
El nuevo símbolo
Pese a los mensajes iniciales, donde la OMS sostuvo hasta el mes de abril que el uso de mascarillas no era necesario para personas sanas, a diferencia de la Secretaría de Salud, dicho consejo fue revocado en abril, dado que la evidencia señala que la tasa de contagio disminuye si se portan los cubrebocas.
Un símbolo para cada época y para cada pandemia, la peste negra tuvo en su haber a la máscara tipo ave, el VIH al preservativo y el SARS-CoV2 al cubrebocas, transformando un accesorio antes exclusivo del personal médico, en un indicador de cuidado colectivo, dónde, en un escenario de enfermedades emergentes y contaminación del aire, podrían volverse parte del atuendo diario, siendo un medio más de expresión individual y personalizado como los sombreros, chamarras y bufandas.
No será pronto cuando los cubrebocas dejen de ser necesarios, pero si la sociedad colabora, nos adaptamos mejor y más rápido a su uso diario, logrando así el objetivo principal, el bien comunitario.
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