CHOLULA.- En mis últimos artículos he estado comentando la Reforma Educativa de la 4 T de AMLO. De la crítica a lo que parecía ser tan sólo una reforma laboral plagada de errores y conflictos, pasé al beneplácito de lo que resultó ser una verdadera propuesta de Reforma Educativa. ¡Enhorabuena!
Yo no sé qué les estaba pasando a los tres órdenes de gobierno, pareciera que les encantaba vivir en el conflicto. Muchas de las acciones modernizadoras, correctivas y hasta de política administrativa cotidiana devenían en conflictos innecesarios. Y todo porque no tomaban en cuenta a sus interlocutores, a los ciudadanos afectados o beneficiados.
Eso es lo que se está intentando superar: una manera de gobernar heredada, un estilo de hacer política, lo que he llamado la prepotencia del nuevo rico. Si, superar el estilo de la generación de jóvenes tecnócratas, de juniors de invernadero (el prototipo sería el “niño” verde) que sin mucho esfuerzo estaban amasando grandes fortunas, sin importarles en lo más mínimo atropellar a la ciudadanía.
El terrible desequilibrio social mexicano
Y es que habían sido educados para eso, para enriquecerse, para el poder y para el placer, cuando como servidores públicos que eran, deberían haber hecho todo lo contrario. Sin saberlo fueron las primeras víctimas de la falta de un verdadero modelo educativo basado en valores. Pero pasemos al debate conceptual.
Para Armando Rugarcía (quien fuera Rector de la Ibero en Puebla), educar consiste en promover que una persona o grupo comprenda ciertos conceptos, temas o contenidos, desarrolle sus habilidades para manejar conocimientos y emociones y refuerce sus actitudes relacionadas con valores y valoraciones. Entonces la educación es equivalente a desarrollar las potencialidades humanas para aprender, pensar, sentir y decidir.
Así que el asunto medular en la educación y en la llamada formación de valores, es ayudar a los niños y jóvenes a decidir por sí mismos qué tan amplio es el tiempo y el espacio de su vida que dedican a los demás, a decidir con todas las de la ley, con la mente y el corazón; en suma, con toda su conciencia.
Entendida así la educación, resulta que educar tiene que ver en el fondo con lograr un cambio interno en los niños y jóvenes, lo cual se complica todavía más porque esos niños y jóvenes difieren en sus antecedentes y además se desempeñan en diversos contextos educativos.
En otras palabras, el terrible desequilibrio social, económico y cultural que padece nuestro país complica sobre manera la implementación de un modelo educativo ya de por sí difícil y ambicioso.
Se trata de romper con el paradigma darwiniano de la ley del más fuerte, de un mundo en el que sobreviven los más capacitados, aquellos que cuentan con más y mejores recursos. “El que quiere nacer tiene que romper con un mundo” decía Herman Hesse.
Lo que la Nueva Escuela Mexicana está enfrentando ya y al parecer será su principal limitación, es el terrible desequilibrio de la sociedad mexicana: se trata de una responsabilidad generacional, que se antoja histórica, dinámica y compleja. De aquí que sea prácticamente imposible proponer un método específico para educar: se requieren métodos específicos adecuados al contexto de los niños y jóvenes.
El método
Existe una gran bibliografía sobre la metodología de la enseñanza aprendizaje. Desde la pedagogía para la liberación y la esperanza de Paulo Freire, pasando por el método Montessori basado en el desarrollo del niño, la evolución en la lógica del niño de Jean Piaget, hasta llegar al constructivismo actualmente de moda; por hablar de los más conocidos, hay mucho de que echar mano cuando de método se trata.
Recurro nuevamente a Armando Rugarcía, quién debido a la gran amplitud y ambigüedad sobre el tema del método, prefiere basarse en Lonergan, teólogo y filósofo jesuita, que afirma que básicamente un método no es un conjunto de reglas que cualquiera, inclusive un tonto, ha de seguir meticulosamente; sino que más bien es un marco destinado a favorecer la creatividad, la reflexión y la colaboración.
El método de manera concreta debe concebirse no en términos de principios y reglas, sino como un esquema normativo de operaciones intersubjetivas recurrentes e interrelacionadas que producen resultados acumulativos y progresivos.
Esto que con toda naturalidad se hace en las escuelas privadas prestigiosas, hay que llevarlo a las escuelas públicas. Eso es lo que intenta la 4 T de AMLO en la esfera de la educación. Es difícil pero no imposible.