La muerte nos confronta con lo inefable. Pero cuando es la muerte de alguien cercano a otra persona, nos enfrentamos a un desafío igualmente complejo: ¿Qué decir? ¿Qué callar? Nuestras palabras, bienintencionadas pero a veces torpes, pueden convertirse en bálsamo o en sal en la herida. Acompañar en el duelo es un ejercicio de profunda humanidad que exige más escucha que discurso, más presencia que fórmulas.
Con la mejor intención, a menudo recurrimos a lugares comunes que, lejos de aliviar, invalidan o minimizan el dolor ajeno. Son frases que cierran puertas en lugar de abrirlas:
* «Fue por su bien / Ya descansa»: Suponemos conocer el estado del fallecido o dictaminamos qué es «mejor», negando la rabia, la injusticia o el simple deseo de tener aún aquí al ser querido que siente quien sufre.
* «Dios lo quiso así / Todo pasa por algo»:Imponer un sentido espiritual o cósmico puede ser profundamente doloroso para quien no comparte esa fe o quien, simplemente, no encuentra ningún «sentido» en la pérdida. Es una forma de invalidar la protesta natural del corazón.
*»Tienes que ser fuerte por [los niños, tu familia, etc.]»: Obliga a la persona doliente a enmascarar su dolor para cumplir con expectativas externas. El duelo necesita expresión auténtica, no fortaleza performativa.
*»Échale ganas»,»Ya no llores»: El duelo no es una prueba de resistencia. Pedirle a alguien que reprima sus emociones es impedir que viva su proceso. La fortaleza se manifiesta al permitirse sentir y ser vulnerable, no al ocultar el sufrimiento.
* «Ya es hora de seguir adelante / La vida continúa»: Marcar plazos al dolor es una agresión. Cada duelo tiene su propio ritmo, único e intransferible. Esta frase transmite impaciencia e incomprensión.
* «Al menos… (vivió mucho, no sufrió, tienes otros hijos)»: El «al menos» es un intento de buscar el lado positivo que, en pleno shock del duelo, suena cruel. Ningún «al menos» compensa la ausencia.
* «Yo sé cómo te sientes / Cuando yo perdí a…»: Centrar la atención en nuestra propia experiencia, aunque sea con empatía, roba el protagonismo a quien está sufriendo ahora. Su dolor es único.
El verdadero apoyo no reside en frases ingeniosas, sino en la disposición auténtica a estar presente y sostener la incomodidad del dolor ajeno:
- Reconocer y Validar: «Esto es devastador», «No puedo imaginar el dolor que debes sentir, pero estoy aquí», «Tu dolor es válido». Dar permiso para sentir todo sin juicio.
- Ofrecer Presencia Silenciosa: «Estoy aquí para lo que necesites» es poderoso, pero a menudo se queda en una promesa vaga. Mejor: «Voy a pasar por tu casa y me quedo un rato en silencio, si quieres», «Te traje comida, la dejo aquí. No necesitas entretenerme». La compañía sin demanda es un regalo.
- Escuchar Activamente (sin soluciones): Permitir que la persona hable (o grite, o llore) del ser querido, de la rabia, de la confusión, sin interrumpir, sin dar consejos, sin cambiar de tema. Preguntar: «¿Quieres contarme cómo era la persona fallecida?» o «¿Hay algún recuerdo que te gustaría compartir?».
- Ofrecer Ayuda Concreta y Específica: En lugar de «avísame si necesitas algo» (lo que rara vez se pide), proponer: «¿Puedo encargarme de llevar a los niños al colegio esta semana?», «Voy al supermercado, ¿qué necesitas?», «Te ayudo con los trámites del funeral/bancarios». Acciones tangibles alivian la carga.5. Recordar el Nombre: Mencionar al fallecido por su nombre es importante. «Hoy me acordé de…», «¿Cómo estás llevando estos días sin…?». Mantener su memoria viva es parte del duelo.
- Aceptar el «No»: Respetar si la persona no quiere hablar, no quiere compañía o rechaza una oferta de ayuda. No tomarlo como algo personal. El acompañamiento sigue su ritmo, no el nuestro.
Acompañar en el duelo no es arreglar lo roto. Es sostener con delicadeza los fragmentos mientras la persona doliente encuentra su propia manera de reconfigurar su mundo. No se trata de tener las palabras perfectas, sino de tener el coraje de estar presente en la incomodidad del silencio y el llanto, de validar lo que parece incomprensible, y de ofrecer una mano concreta en medio de la niebla. Es en la autenticidad de nuestra presencia, en la renuncia a los clichés tóxicos y en la capacidad de escuchar sin agenda, donde reside el verdadero consuelo. A veces, las palabras más sanadoras son simplemente: «Estoy aquí. Duele mucho. No estás solo/a».
Momento Mori
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