Mis queridas y queridos lectores, hoy quiero hablarles sobre la importancia que tiene la amistad. Lamentablemente, esta semana tuvimos que despedirnos de una persona muy valiosa que estuvo en mi vida. La muerte siempre nos hace reflexionar sobre lo que debemos hacer en nuestro camino. Quise despedirme y dedicarle esta columna, pues muchos saben que una de las cosas que más atesoro hacer es escribir.
Hay despedidas que no se escriben con palabras, sino con el alma. Hace unos días partió una de las personas más alegres, luminosas y valientes que he tenido el privilegio de conocer. Mi amiga —y ella era una amiga de aquellas que no necesitas ver todos los días para sentir su presencia—, Teresa, como yo le decía: Telesa, se despidió de este mundo, pero no de nuestros corazones. Su ausencia física duele, pero su presencia sigue vibrando en cada recuerdo. Aún escucho en mi cabeza esas carcajadas cuando platicábamos, y es que esa risa era tan peculiar que contagiaba alegría. A su vez, también me guiaba y me daba consejos tan sabios, que sé que dejó muchas enseñanzas sembradas en quienes tuvimos la fortuna de cruzarnos con ella.
Era una líder nata, no porque levantara la voz, sino porque sabía escuchar. No porque buscara ser el centro, sino porque impulsaba a los demás a brillar. Su alegría era contagiosa, su risa era medicina, y su amistad, un refugio.
En estos días de duelo he pensado mucho en lo que significa realmente la amistad. Es ese lazo invisible que no entiende de distancias ni de tiempo. Es una red silenciosa que nos sostiene en la caída y celebra con nosotros en la cima. No es envidia ni coraje al ver crecer a los demás, es admiración y celebración por los logros de tus amigos. Las amigas son hermanas elegidas por el corazón, y no hay legado más poderoso que haber sido amiga de alguien que hizo del amor y la alegría su bandera.
Decir adiós es necesario, pero no definitivo. Porque la amistad verdadera trasciende la muerte. Vive en las palabras que nos repetimos, en los gestos que imitamos, en las causas que seguimos defendiendo en su nombre. Hoy la despido con lágrimas, sí, pero también con gratitud. Porque su paso por mi vida me transformó. Porque me enseñó que liderar también es amar. Y porque, aunque ya no esté aquí, su voz sigue diciendo: “No dejes de sonreír, que aún queda mucho por hacer.”
Hasta siempre, amiga mía. Gracias por tanto. Tu alegría será faro en medio de la niebla, y tu amistad, semilla que seguirá floreciendo en cada uno de nosotros.