Por José Salvador ESPINA GARZÓN
CHOLULA.- El sistema político mexicano no se entendería sin el PRI y el régimen que este implantó en nuestro país durante más de 70 años. Por ello, todos hemos visto al PRI como una institución poderosa y temida, por su fuerza y dureza al gobernar y hacer política, hasta el año 2000, cuando por primera vez perdió la presidencia de la República a manos del PAN y Vicente Fox.
Desde entonces, el PRI ha ido decayendo, con un sexenio de resurgimiento bajo con Peña Nieto en 2012, que no logró los cambios en el país que le permitieran perpetuarse nuevamente en el poder.
Hoy en día, con el ascenso y consolidación de MORENA, en manos de muchos expriístas, se vislumbra un nuevo periodo en la historia de México, donde la democracia parece ser una mera simulación. Esto deja una pregunta interesante: ¿tendrá el PRI cabida como oposición en un país donde otro partido aplicará los mismos métodos con los que ellos flagelaron a México?
Esa respuesta la conoceremos en los próximos comicios, viendo si el PRI mantiene o no su registro. Pero más allá de eso, y regresando al presente, el PRI acaba de vivir uno de los momentos históricos más significativos de su historia, uno que podría ser el inicio del fin. Con la reforma a los estatutos del PRI, que permite la reelección de su dirigente Alejandro Moreno, se ha puesto en una posición frágil la vida del partido.
No es un secreto que el famoso Alito es un dirigente autoritario, prepotente, intolerante y, aparentemente, con posibles asuntos penales pendientes. A mano alzada, toda la asamblea del PRI, a excepción de menos de 10 delegados, respaldó a su actual dirigente.
Esta votación pasará, sin duda, a la historia del PRI y de México, pues podría ser también la mano alzada de una sentencia de muerte para lo que una vez fue el partido de la «dictadura perfecta». Teniendo en cuenta los desastrosos resultados de la oposición en la pasada elección, es posible que tengamos un Alito sin partido antes que un partido sin Alito.