El conflicto entre la CNTE y Claudia Sheinbaum: una prueba de fuego para la presidenta

Por: Aldo COSTILLA ROJAS

El enfrentamiento entre la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y Claudia Sheinbaum, presidenta de México, representa mucho más que una simple disputa por condiciones laborales. Es una colisión entre dos símbolos: por un lado, una organización que históricamente ha representado la lucha magisterial radical; por otro, una figura política que encarna la continuidad de un proyecto progresista que prometió justicia social, pero que hoy enfrenta los límites del poder institucional.

Sheinbaum llegó al poder con una legitimidad política heredada del obradorismo, respaldada por una narrativa de transformación y cercanía con los movimientos sociales. Pero una vez instalada en la presidencia, ha tenido que enfrentar la realidad de gobernar: presupuestos limitados, presiones económicas y exigencias de estabilidad macroeconómica. Bajo esa lupa, las demandas de la CNTE —la derogación de la reforma al ISSSTE de 2007, mejores condiciones laborales, y un sistema de pensiones más justo— suenan más a exigencias imposibles que a objetivos alcanzables.

Sin embargo, ignorar el fondo de estas demandas es un error político. La CNTE no es una organización marginal ni irrelevante. Es incómoda, sí. Radical, muchas veces. Pero representa a miles de trabajadores de la educación que llevan décadas sintiéndose traicionados por gobiernos de todos los colores. Su persistencia en la protesta habla de una herida abierta que ningún sexenio ha querido o podido sanar.

Sheinbaum, en lugar de minimizar el conflicto, debería asumirlo como una oportunidad para demostrar que su proyecto va más allá de administrar lo heredado. Es su momento de definir si su “transformación” será recordada por la firmeza tecnocrática o por la sensibilidad política. El diálogo no debe ser un trámite. Debe ser una herramienta para imaginar soluciones creativas que no caigan en la trampa de las promesas imposibles, pero tampoco se limiten a los dictados de la austeridad.

Este conflicto es una prueba de fuego para Sheinbaum: puede salir de él como una líder con visión, capaz de construir puentes entre el Estado y los movimientos sociales, o como una presidenta más, atrapada entre los márgenes de lo políticamente conveniente. El magisterio no olvidará la respuesta. Y el país, tampoco.