Editorial Por Mario SALAMANCA RODRÍGUEZ

La Torra Nueva

CHOLULA.- Porque he aquí yo crearé nuevos cielos y nueva tierra y nueva tierra; y de los primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento. Isaías 65-17. Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre. Isaías 66-22. La verdad vuelve a ser declarada pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego, en el día de juicio y de la perdición de los hombres impíos, más, oh amados, no ignoréis esto, que para con el señor un día es como mil años, y mil años como un día. 2. Pedro 3-17-18. Vi un cielo muevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más, y yo Juan vi la santa ciudad la nueva Jerusalén, descender del cielo, de dios; dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y dios mismo estará con ellos con su dios. Apocalipsis 21-1 al 3.

Deidad de Cristo.- Las evidencias demuestran la preexistencia de Cristo, cuando se trata de la verdadera de que él es dios, no tienen ninguna complicación. Siendo dios, él ha existido desde la eternidad y es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos, el creyente en Cristo tiene mente espiritual, procedimiento que trata de probar la deidad de Cristo es redundante, para que el creyente, sin embargo, la reconsideración de la abrumadora evidencia, que hay sobre el particular, le será siempre muy provechosa. Tal afirmación de la deidad de Cristo es indispensable en cualquier intento de formular una cristología verdadera. El argumento que se escoja tiene que ser claro, es decir, que a medida que rectifique la deidad de Cristo afirme tanto su preexistencia como su eterna existencia, en esta forma queda refutada la afirmación arriana, que sostiene que Cristo si fue preexistencia, fue criatura de dios, y por lo tanto no es igual a dios. La confesión de Westminster declara: “Hay uno solo dos viviente, y verdadero, que es infinito en su ser, y perfección el más puro espíritu, invisible, que no tiene cuerpo, ni partes, ni pasiones, que es inmutable, inmenso, eterno, incomprensible, todo poderoso, omnisapiente, santísimo, absolutamente libre y completamente absoluto, que hace todas las cosas según el consejo de su propia voluntad inmutable y justa, para su gloria; que es amantísimo, bondadoso, misericordioso, paciente, abundante en bondad y verdad; que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado; que es galardonador de los que diligentemente lo buscan, y que, por otra parte, es justo y terrible en sus juicios, que odia el pecado y que por ningún motivo dará por inocente al culpable. Dios tiene la vida, la gloria, la bondad, la bendición, en si por sí mismo, él es por sí solo suficiente, y no tiene ninguna necesidad de las criaturas que ha hecho, ni de derivar de ellas ninguna clase de gloria, sino que manifiesta su gloria en ellas, por ellas, para ellas, y sobre ellas.

Él es la única fuente de existencia, de quien son todas las cosas, por quien son y a quien pertenecen, y él tiene el más soberano dominio sobre todas ellas, para hacer por medio de ellas, para ellas y sobre ellas, lo que a él le plazca a su vista todas las cosas están abiertas y manifiestas; su conocimiento es infinito, infalible e independiente de las criaturas, y nada es para él contingente ni incierto. Él es absolutamente santo en todos sus consejos, en todas sus obras, en todos sus mandamientos, a él le deben adoración, servicio y obediencia, los ángeles, los hombres y todas las criaturas; y él se complace en exigírselos. “Dios nos ama”.