¿Cómo hablar de lo que no entendemos del todo, de lo que nos asusta, con aquellos que apenas comienzan a entender la vida?

 

La honestidad es el primer pilar. «Es crucial ser directos y utilizar un lenguaje sencillo, adaptado a su edad, evitando eufemismos que puedan confundirlos», afirma la Dra. Elena Durán. Decir que alguien «se fue al cielo» o «está durmiendo» puede generar ansiedades o interpretaciones erróneas. Es preferible decir, con la mayor calma y claridad posible, que la persona ha muerto y que eso significa que su cuerpo ha dejado de funcionar y no regresará.

Muchos padres, abuelos y maestros se enfrentan a este reto sin herramientas claras. En una cultura donde la muerte se vive en silencio o se disfraza con eufemismos, los niños quedan atrapados en una neblina de confusión. Pero los expertos coinciden: evitar el tema no es la solución.

La naturalidad es otro componente fundamental. Los niños, por su propia naturaleza, son curiosos. Si evitamos el tema, creamos un vacío que pueden llenar con fantasías o miedos infundados. El psicólogo infantil, Dr. Ricardo Sánchez, subraya la importancia de la expresión emocional: «Permitir que el niño pregunte, llore, dibuje o juegue sobre el tema es parte de su proceso de comprensión y elaboración. Validar sus emociones es más importante que intentar eliminarlas». A veces, un simple abrazo, un silencio compartido o el recuerdo de momentos felices pueden ser más terapéuticos que mil palabras.

Es vital entender que cada niño procesa la información de manera diferente. Unos serán más expresivos, otros más reservados. Observar sus reacciones, escuchar sus preguntas y validar sus sentimientos sin juzgar son acciones que construyen un espacio seguro para el duelo. La tanatóloga Ana María Estrada, pionera en programas de apoyo para niños en México, a menudo repite: «No hay una forma ‘correcta’ de sentir la pena. Lo importante es que sientan que no están solos en su dolor».

A veces, la muerte se presenta a través de la pérdida de una mascota, un abuelo anciano o, dolorosamente, un ser querido joven. En cada caso, el enfoque debe ser el mismo: verdad, amor y acompañamiento.

Pero, ¿cómo empezar la conversación? Los especialistas sugieren usar momentos cotidianos, como el hallazgo de un insecto muerto, una película o una pregunta espontánea, pueden ayudar para introducir el tema. Así se normaliza la muerte como parte del ciclo de la vida, no como un castigo o una desaparición inexplicable.

Los rituales también ayudan. Encender una vela, hacer un dibujo o escribir una carta para el ser que partió les permite expresar lo que muchas veces no pueden decir con palabras. Recordar a la persona o ser querido, compartir anécdotas, mirar fotografías, pueden ser tambien rituales que ayudan a mantener vivo el vínculo emocional, no la presencia física. No se trata de olvidar, sino de aprender a vivir con el recuerdo. En palabras de Rebeca Sánchez: “El duelo en los niños es fragmentado. Viene y va. Hoy están tristes, mañana juegan. Eso no significa que no les duela, sino que su manera de procesar es distinta”.

En última instancia, el objetivo no es blindar a los niños de la realidad de la muerte, sino equiparlos con las herramientas emocionales para afrontarla. La tanatología nos enseña que el duelo es un proceso natural, aunque doloroso, que nos permite sanar y encontrar un nuevo significado en la ausencia. Y en ese camino, la empatía y la paciencia son nuestras mejores aliadas.

En un mundo donde la vida es efímera y la muerte, la única certeza, ¿no será la conversación honesta y amorosa sobre ella el mayor legado que podemos dejar a las futuras generaciones?

Memento mori