Lo que se viene para México: entre la esperanza ciudadana y el riesgo del poder absoluto

 

Mis queridas y queridos lectores México se encuentra frente a un nuevo capítulo político que promete continuidad, pero también arrastra serias interrogantes. El modelo de gobierno que se afianza apuesta por concentrar el poder, debilitar contrapesos y mantener el control político a través de dádivas y polarización. A simple vista, la narrativa suena atractiva: apoyo a los pobres, justicia social, soberanía energética. Pero debajo del discurso, la realidad es más compleja.

Los próximos años serán cruciales. Nos enfrentamos a una reforma judicial que amenaza con poner a jueces y magistrados al servicio del Ejecutivo. Se avecina un rediseño institucional donde órganos autónomos podrían desaparecer o volverse irrelevantes. Y todo ello en un entorno donde la inseguridad sigue creciendo, la educación está abandonada y la salud pública vive una crisis silenciosa.

El riesgo más grande no es un partido hegemónico, sino una ciudadanía indiferente. Lo que está en juego no es solo el equilibrio de poderes, sino el derecho a disentir, a pensar distinto, a tener un país donde el mérito, el esfuerzo y la libertad valgan más que la lealtad política.

Pero no todo está perdido. México también está despertando. Cada vez más voces se alzan desde la sociedad civil, los medios, las universidades, los barrios. Hay una generación que no está dispuesta a heredar un país fracturado ni a normalizar los abusos. La esperanza no está en los políticos, sino en la gente que exige rendición de cuentas, que defiende sus derechos y que quiere construir un país sin miedo.

Vienen tiempos difíciles. Pero también viene una oportunidad histórica: la de demostrar que México no pertenece a un solo proyecto, sino a millones de ciudadanos que no están dispuestos a rendirse.