La lectura de las obras de Max Weber cambió radicalmente mi apreciación de la política. Descubrí muchas cosas sorprendentes, un aparato conceptual novedoso, una metodología más apropiada para las ciencias sociales; y lo más importante: que el investigador debe distanciarse del punto de vista propio.
Los valores aparecían como un serio obstáculo para la objetividad en la investigación social. El politólogo, el historiador, el economista, deben distanciarse de sus propios valores para poder avanzar; lo que no significa que deban renunciar a ellos.
En cambio, aquellos que se dedican al ejercicio de la política deben actuar con estricta responsabilidad social y siempre en perfecta correspondencia con su ideología, con sus valores y con clara consciencia de sus decisiones y actos.
Max Weber nunca se vio a sí mismo como sociólogo, sino como historiador; para él, la sociología y la historia eran dos empresas convergentes.
El primer sociólogo de la modernidad
Sin embargo, al final de su vida en 1920, escribió en una carta al economista Robert Liefmann: «Si me he convertido finalmente en sociólogo (porque tal es oficialmente mi profesión), es sobre todo para exorcizar el fantasma todavía vivo de los conceptos colectivos”.
Su obra más reconocida es su tesis de doctorado La ética protestante y el espíritu del capitalismo, que fue el inicio de su trabajo sobre la sociología de la religión. Pero su obra más ambiciosa Economía y sociedad es todo un paradigma para las ciencias sociales modernas.
Weber argumentó que la religión fue uno de los aspectos más importantes que influyeron en el desarrollo no sólo del capitalismo, sino de las culturas occidental y oriental.
Entre sus escritos políticos, La ciencia como vocación y La política como vocación, son dos conferencias magistrales que le darían fama mundial.
Weber definió el Estado como una entidad que ostenta el monopolio de la violencia y los medios de coacción: una definición que fue fundamental en el estudio de la ciencia política moderna.
También es famoso por afirma que en ocasiones el buen político se ve obligado a pactar con el diablo. Se olvida de la esencia de sus propuestas. Si en un examen me viera obligado a resumir el pensamiento de Weber en una sola frase, diría:
“El político debe tener: amor apasionado por su causa; ética de su responsabilidad; mesura en sus actuaciones”.
Es una desgracia que nuestra clase política desconozca la obra de Weber; y que los pocos que la conocen no la estudien a fondo. A lo más que llegan es a considerarlo un autor “maquiavélico” que hace énfasis en el recurso de la violencia
Yo me pregunto ¿es que acaso nuestra clase política está dominada por el diablo? Si, muchos, pero no todos.
No es que Max Weber esté invitando a los políticos a actuar violentamente, al abuso y goce del poder político, o a la demagogia; tampoco nos está pintando un mundo condenado a la irracionalidad.
Cuando nos habla de desencantamiento del mundo no es que nos esté proponiendo renunciar a la actividad política correctiva, a la lucha por nuestros ideales democráticos y de justicia social.
En suma, el famoso “pacto del político con el diablo”, no es una resignación, mucho menos una invitación. Sino una advertencia de los peligros a los que se enfrenta el político que decide actuar con responsabilidad social.
Un problema de ignorancia
Y eso es precisamente de lo que carece nuestra clase política, incluidos algunos de los que rodean a AMLO: responsabilidad social. La metáfora del “pacto con el diablo” da para mucho.
Los detractores de Andrés Manuel López Obrador, no se han cansado, ni se cansarán, de recordarnos cuando mandó al diablo a las instituciones. Tampoco se cansarán de etiquetarlo de “populista, un peligro para México”. Hoy dicen que es un “naorcopolítico”.
Pero fríamente visto los que ya metieron al diablo en las instituciones son precisamente los que lo acusan. La lista es larga, casi no se escapa nadie: están en los tres poderes, en los tres órdenes de gobierno, y en los partidos políticos; pero también en las “instituciones ciudadanas” y en las empresas tanto paraestatales como privadas.
La lista de fechorías también es larga y muy abultada. Robo, abuso, despilfarro, impunidad, imposiciones, muertos y más muertos, ríos de sangre, trampas electorales, etcétera, etcétera. ¿Qué acaso no está claro que el diablo ya está adentro desde hace rato?
Sin embargo, el proyecto de la 4 T aunque lentamente, avanza. Por fortuna el Frankenstein (PRI-PAN-PRD) que se autoproclama alternativa cada vez está más bajo en las encuestas; y desesperado ahora le juegan a la provocación.
Y la doctora Sheinbaum cada vez se ve más firme y segura. Responsabilidad y buenos resultados es lo que todos estamos esperando, no escaramuzas infundadas que no hacen otra cosa más que confundir a la ciudadanía.