Por Alejandro MARIO FONSECA
La locución en ciernes significa: dicho de la vid, del olivo, del trigo y de otras plantas: en flor. También recoge la expresión estar en ciernes. La definición que ofrece es la siguiente: estar muy a sus principios, faltarle mucho para su perfección.
El Vademécum de la Fundéu dice sobre en ciernes:
Se dice de algo que ya ha empezado, pero que está muy en sus principios, lejos aún de su perfección. Por tanto, no debe emplearse como locución sinónima de «en trance». «Estamos en ciernes de una crisis gubernamental» es una frase incorrecta, porque el proceso, al menos públicamente, no ha empezado.
Este último caso tal vez sea influencia del verbo cerner en su significado de amenazar de cerca.
Qué interesante resulta investigar el significado de las palabras que utilizamos de manera cotidiana. ¿No le parece? Me encanta el subtítulo de este artículo: La dominación moderna en ciernes. Pero, veamos porque.
La dominación carismática de AMLO no fue una opción descabellada, era necesaria
Ya he comentado en esta columna la tipología ideal de dominación de Max Weber. Se trata de una herramienta de investigación maravillosa porque nos permite comprender la compleja actividad política que nos tocó vivir en México.
Muy esquemáticamente la dominación tradicional, la del príncipe, la del monarca, encontraría su mejor ejemplo los gobiernos del PRI y del PAN: la del presidente en turno que administraba el país como si fuera su casa, la del “ogro filantrópico”.
En cuanto a la dominación moderna, legal, racional, aunque con muchas restricciones (hay que recordar que se trata de tipos ideales) casi nunca la hemos conocido. Muy probablemente sea la que viviremos con Claudia Sheinbaum.
Por su parte, la dominación carismática, la del presidente AMLO, es la de los jefes guerreros elegidos, los presidentes plebiscitarios, o los jefes de los partidos políticos. Ah y también la de los líderes religiosos: los iluminados.
Los líderes carismáticos pueden resultar modernizadores
Hay muchos ejemplos de dominación carismática, Napoleón sería el clásico guerrero, emanado del pueblo que, gracias a su astucia y arrojo, modernizó Francia. Las reformas napoleónicas se sienten todavía en el mundo occidental en las esferas jurídica y educativa.
Pero hay muchos otros, Gandhi y la independencia de la India; Juan Pablo II y la revitalización del catolicismo. Son dos líderes carismáticos, que aun cuando religiosos, resultaron también modernizadores.
En México se me ocurren tres ejemplos. Porfirio Díaz antes de convertirse en dictador, que inició la industrialización de nuestro país; Lázaro Cárdenas y la justicia social durante su gobierno; y López Obrador y sus promesas en nuestros días.
AMLO, a pesar de que cumplió sus promesas a medias, se lleva las palmas. Ahí está, la gracia personal y extraordinaria con la que se ganó a pulso en una campaña política que abarcó gran parte de su vida; y no se diga durante su gobierno. Estemos o no de acuerdo con él, es innegable que su entrega y pasión personal ha sido la clave para ganarse la confianza de millones de mexicanos.
Sin embargo, la complejidad de la transición democrática que hemos vivido durante las últimas dos décadas obliga al carisma de AMLO a una transición hacia la modernidad.
México una nación moderna
La herencia que le deja el presidente AMLO a Claudia Sheinbaum, puede resumirse en un párrafo:
El intento de devolverle a México su capacidad creadora mediante la construcción de un acuerdo nacional que haga de la honestidad una forma de vida y de gobierno.
La Cuarta Transformación de AMLO se quedó a medias. ¿Por qué? Porque todavía son muchos sus enemigos y además todavía son muy poderosos.
Sin embargo, a pesar de remar contra un mar embravecido, parece que ya llegó el momento en que nuestro país se despoje definitivamente de las camisas de fuerza que todavía impiden el verdadero desarrollo: la desigualdad, la pobreza, la corrupción, la impunidad, la violencia y la inseguridad.
Claudia Sheinbaum, una doctora metida en política, está perfilando con toda claridad un proyecto de nación, que más allá del carisma (con él que no cuenta) y del poder de la tradición del ogro filantrópico (que está dando sus últimas patadas), se convertirá en el paradigma de la modernización mexicana. Sus herramientas son: austeridad, racionalidad, legalidad y responsabilidad.
Y me atrevo a vaticinar que el ejemplo cundirá a través de la mayoría de las naciones latinoamericanas y de no pocas del mundo entero.
Amable lector, usted me dirá que me paso de optimista, y sí, lo reconozco, y es que el “debate” del pasado domingo me puso de muy buen humor.