Tercer Paso

CHOLULA.- Decidimos poner nuestras voluntades y nuestras vidas al cuidado de Dios, como nosotros lo concebimos

Practicar el Tercer Paso es como abrir una puerta cerrada con candado. Todo lo que se necesita es una llave y la decisión de abrirla. Solo hay una llave, y esta se llama buena voluntad. Cuando nuestra buena voluntad ha quitado el candado, la puerta se abre casi por si sola; y mirando hacia dentro, veremos un camino, junto al cual esta una inscripción que dice: “este es el camino hacia la fe que obra”. En los primeros pasos nos ocupamos de reflexionar. Vimos que éramos impotentes ante el alcohol, y también percibimos que alguna clase de fe, así sea solamente fe en A.A., es posible adquirirla. Estas conclusiones no requirieron actividad, sino solamente aceptación.

Como todos los pasos siguientes, el Tercer Paso requiere acción firme; por que, solamente actuando, podremos librarnos del egoísmo que siempre ha impedido la entrada de Dios- o, si se prefiere, a un Poder Superior-, en nuestras vidas. Indudablemente que la fe es necesaria; pero con la fe por sí sola no lograremos nada. Podemos tener fe y mantener a Dios fuera de nuestras vidas. En consecuencia, nuestro problema es ahora el encontrar como y por que medios podremos lograr que El ente. El Tercer Paso será nuestro primer intento para lograrlo. De hecho, la eficacia del programa de A.A. dependerá de la sinceridad y formalidad que hayamos puesto para llegar a la decisión de “poner nuestras vidas y nuestra voluntad al cuidado de Dios, tal como cada quien lo concibe”.

Para todo principiante mundano y realista, este paso parece difícil, aun imposible. A pesar de lo mucho que quiera uno tratar de practicarlo, ¿exactamente como se puede lograr poner nuestra vida y nuestra voluntad al cuidado de Dios, tal como cada quien lo concibe? Afortunadamente, los que lo hemos ensayado, y con los mismos recelos, podemos atestiguar que cualquiera puede comenzar a practicarlo. Podemos añadir que un principio, por mas insignificante que sea, es todo lo que se necesita. Una vez que con la llave de la buena voluntad hemos abierto el candado y entreabierto la puerta que se cerraba, nos damos cuenta de que siempre podemos abrirla un poco más. Aunque nuestra obstinación nos cierre la puerta como sucede a menudo, siempre podremos volver a abrirla con la llave de nuestra buena voluntad.

Mientras más dispuestos estamos a depender de un Poder Superior, más independientes somos en realidad. Por consiguiente, la dependencia, como la práctica A.A., es, realmente, una manera de lograr la verdadera independencia espiritual.

Pero en el momento que se pone a discusión nuestra dependencia mental o emocional, reaccionamos de una manera muy distinta. Reclamamos con persistencia al derecho a decidir por sí solos, como pensar y cómo actuar. Claro que consideramos los dos lados del problema. Escuchamos atentamente a quienes nos aconsejan, pero todas las decisiones las tomamos nosotros. Nadie se va a meter con nuestra independencia personal. Además, pensamos que no debemos fiarnos de nadie. Estamos seguros de que nuestra inteligencia respaldada por nuestra fuerza de voluntad, puede bien controlar nuestras vidas interiores y garantizarnos el éxito en este mundo en que vivimos. Está soberbia filosofía, en la que cada hombre hace el papel de Dios, tiene buen aspecto; pero debe sometérsela a prueba ácido: ¿Que tan buen resultado da? Una mirada al espejo debe ser toda la respuesta que necesite cualquier alcohólico.

Por consiguiente, los que somos alcohólicos, podemos considerarnos afortunados. Cada uno de nosotros ha librado su propio combate con el conflicto de la vanagloria de la propia rectitud y ha sufrido bastante en el encuentro para ya desear encontrar algo mejor. De manera que es por la circunstancia- y no por virtud por lo que hemos llegado a A.A.-, de haber admitido la derrota, por lo que hemos adquirido los rudimentos de la fe, y ahora queremos tomar una decisión para poner nuestra voluntad y nuestras vidas al cuidado de un Poder Superior.

«Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo, y sabiduría para conocer la diferencia. Hágase tu voluntad, y no la mía».

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