Por Nancy LUNA SORCIA
CHOLULA.- El hombre del Neolítico se preocupó de abrigar pies y piernas donde el frío era un problema. Los calcetines surgieron junto con el desarrollo de las primeras botas, y se reducían a una especie de venda que se enrollaba en torno al pie.
De ese año son un par de calcetines hallados en la tumba de un niño, son calcetines de ganchillo y enfundan el dedo gordo por una parte y el resto por otra. Procede de Antinoópilis, una ciudad del Antiguo Egipto y pueden verse en el museo municipal de la ciudad inglesa de Leicester.
Se trataba de una prenda pequeña que protegía al pie de rozaduras del calzado y del frío. Eran de fieltro o paño no tejido, resultante de aglomerar borra o lana; como forro se empleaba pelo animal y humano, con lo que se paliaban los problemas que los materiales rudos causaban a la piel.
Lamentablemente no se conoce el inventor de los calcetines, o lo que es lo mismo, no se sabe quién inventó el calcetín. Aunque por el hallazgo mencionado en el punto anterior, si podemos intuir cuándo y dónde.
Los romanos usaron calcetines en el siglo II. Antes de esa fecha no solían llevar nada entre pie y sandalia. Como calcetines utilizaron largas tiras de tejido de lana que enrolladas al pie subían tobillo arriba hasta la media pierna; también podían ser tiras de cuero sin curar, con el pelo del animal en contacto con la piel.
Los bárbaros conocieron el uso del calcetín antes: de ellos aprendieron los romanos a proteger el pie del calzado, rozaduras a menudo tan ásperas que hacían cojear al legionario. Pero aquellos calcetines tenían un inconveniente, cuando se mojaban, la presión sobre la pierna era insufrible, siendo peor el remedio que la enfermedad.
La técnica revolucionó el mundo del calcetín, pero no lo mejoró. Cuando se le presentó a Isabel I de Inglaterra el invento de una calcetera mecánica, la soberana no lo vio con buenos ojos: el producto que salía de aquel artefacto era de inferior calidad al que salía de las manos de los calceteros.
La soberana inglesa aseguró que ninguna máquina podría competir con la finura y elegancia de las calzas y calcetines españoles, que eran, no solo buenos, sino artísticos y no raspaban la piel. La reina inglesa sabía de calcetines y medias; fue la primera mujer occidental en lucir calcetines y medias de seda.