Por Nancy LUNA
CHOLULA.- Ya en la prehistoria, el anillo contaba con un fuerte significado emocional. No era empleado como un signo distintivo de riqueza como en otras épocas posteriores. Servía para unificar a las personas con las que se compartía la siembra, la caza, una comunidad o la vida. Los motivos, formas y colores de estas primitivas alianzas estaban estrechamente relacionadas con las creencias religiosas de este periodo. Asimismo, estos aros se elaboraban con los distintos materiales rudimentarios de los que disponían: madera, hueso, conchas y piedra tallada.
Hacia el 2800 a.C., los egipcios colocaban en ceremonias prenupciales un anillo a modo de compromiso: el círculo, por carecer de principio y fin, simbolizó la eternidad. Los dioses llevaban anillo: el círculo dorado suponía un pacto que nadie podía romper. Para los egipcios de hace cinco mil años el círculo simbolizó el misterio y eternidad de la vida. En un viejo papiro hallado en una excavación arqueológica se puede leer: “El anillo, ¿acaso se puede saber dónde está su inicio y su
fin?”. Para los egipcios de hace cinco mil años el círculo simbolizó el misterio y eternidad de la vida.
Entonces las clases populares llevaban un anillo de cobre con un escarabajo sagrado. Estaba hecho de esteatita sobre el que se inscribía el nombre del dueño y una fórmula mágica para atraer la suerte. Con ese anillo protector eran enterrados al fallecer. Era un recuerdo de la vida terrenal y la forma de mantener la conciencia de sí mismo.
El anillo tuvo usos litúrgicos tras el triunfo de la Iglesia: se simbolizó con él los esponsales con la Iglesia, y por esta razón lo llevaron sacerdotes y monjas, esposas místicas de Cristo. Se trataba del anillo pastoral y del anillo del Pescador, que llevaba el Papa, y que a su muerte se rompía.
El anillo a partir del siglo V , tiene también que ver con el padrino. Normalmente, un hombre se casaba con una mujer de su clan, y si no la había tenía que robarla en otro. De allí vino la costumbre del padrino: el individuo que ayudaba en el “rapto” de la futura esposa.
El anillo se convirtió en signo de fidelidad conyugal y símbolo de guardar el compromiso contraído. Se imponía una fuerte multa consistente en la entrega del anillo a quien rompiera los lazos matrimoniales. Anillos y amor participaban de una misma reputación como elemento mágico. El misticismo y las leyendas siempre han acompañado a los anillos. El rey Giges, del siglo VII a.C., poseía un anillo mágico capaz de hacerle invisible.
Reyes medievales como Carlomagno, del siglo VIII, y cientos de caballeros poseyeron anillos-talismán entre cuyas virtudes estaba la de encender la llama del amor en la persona amada, generar pasiones y predecir el futuro de los amores, llegando a servir en un momento dado incluso para deshacerse de enemigos personales.
En esto último fueron famosas Venecia y Florencia, lugares donde se puso de moda engastar brillantes. El poeta renacentista italiano Ariosto escribe en su obra Angélica: Confío en que mi anillo me ayudará a contrarrestar las encantaciones.