Por Nancy LUNA
CHOLULA.- Por las novelas asociamos a Drácula con un vampiro sádico pero refinado y romántico, que regresa de las tinieblas en busca de cuellos jóvenes que alimenten su eterno deambular por la noche de los tiempos.
El Drácula real fue diferente y desde luego nada romántico, aunque sí hubo mucha sangre en su vida. Vlad III, más conocido como Vlad Dracul o Vlad Tepes ("el empalador"), señor feudal de los Cárpatos, fue príncipe de Valaquia, un territorio de la actual Rumanía, que vivió en el siglo XV y aterrorizó a sus súbditos con asesinatos en masa. Se cree que liquidó a más de 100.000 personas, aproximadamente el 20% de la población, y que disfrutaba asistiendo a muertes lentas que incluían torturas, descuartizamientos y sobre todo empalamientos, de donde le viene su siniestro apodo, pero no parece probable que mordiera cuellos. Fue un tirano y un guerrero cruel, pero no un vampiro. Esa cualidad le fue atribuida en las narraciones germánicas y rusas inspiradas en la mitología rumana del vampirismo.
Mucho antes de desarrollar esa afición malsana por empalar a sus enemigos, es decir, por clavarlos en picas, Vlad Tepes sufrió la crueldad que el Imperio otomano tenía reservada a los hijos de los nobles cristianos del territorio fronterizo. Hungría, Rumania, Croacia y otros territorios de raíz cristiana servían de contención a las ambiciones turcas, dando lugar a un conflicto que siguió muchos años después de la caída de este imperio. A modo de garantía, los líderes otomanos ordenaban que los caudillos y nobles cristianos entregaran a alguno de sus hijos para ser trasladado a Estambul como rehenes. Vlad Dracul (de ahí lo de Drácula, que en rumano significa «demonio») era un príncipe rumano perteneciente a la Orden del Dragón que se vio obligado a entregar en 1444 a dos de sus tres hijos: Vlad Tepes, de 13 años, y su hermano Radu.
Este tipo de «secuestros» servía a dos propósitos: asegurarse la lealtad de los caudillos vecinos y proporcionar a los niños una educación favorable a la causa otomana. Según las crónicas, la educación de Vlad Tepes, un modo de colonización cultural corrió a cargo del propio sultán Murat II. De hecho, el noble rumano recibió el apoyo de los turcos cuando, a su regreso a casa, descubrió que su padre, Vlad Dracul, había muerto apaleado y a su hermano Mircea le habían quemado los ojos con un hierro candente antes de enterrarlo vivo. Ambos hechos fueron ordenados por un antiguo aliado de su padre, el conde Juan Hunyadi, y por los boyardos, la aristocracia local.
Cena roja despierta el empalador que lleva dentro
Vlad Tepes, coronado rey de Valaquia por intercesión del sultán otomano, dedicó los primeros años de su reinado a vengar a su padre con los métodos más salvajes, especialmente contra los boyardos. Sus ojos eran penetrantes y su rostro estaba monopolizado por un prominente mostacho. En un episodio histórico que recuerda a la Boda Roja de la serie Juego de Tronos, Vlad Tepes invitó a los boyardos a una cena de Pascua en 1459 que, una vez terminada la comida, se convirtió en una masacre. El rey de Valaquia mandó empalar a los más viejos, mientras que a los jóvenes los perdonó la vida y los envió a construir diversas fortificaciones, en cuyas obras murieron la mayoría.
Y no solo de venganza se alimentaban los empalamientos de Vlad Tepes. Con la intención de borrar la disidencia en sus territorios y rebajar el poder de la nobleza, el conocido como «el Empalador» realizó ejecuciones masivas en las ciudades que, como Kronstadt y Hermannstadt, se negaron a comerciar con él o que no querían pagarle tributo. Se calcula que entre 1456 y 1462 mandó ejecutar a más de 60.000 personas por empalamiento y otros métodos de tortura. Dotaba a algunos de estos empalamientos multitudinarios de formas geométricas, y sentía fascinación por crear bosques de «picas humanas».
Durante la visita de unos embajadores turcos (otras versiones aseguran que eras italianos) a Vlaquia, los diplomáticos se inclinaron en señal de respeto, pero no se quitaron sus boinas frente a Vlad Tepes. Según la leyenda, el caudillo les increpó su actitud y ellos replicaron que era su costumbre: ni siquiera ante el emperador lo harían. Tepes les fijó con puntillas las boinas en la cabeza, para asegurarse de que los diplomáticos decían la verdad.
Durante la invasión de los turcos de 1476, Vlad Tepes fue asesinado en combate por su propia guardia o, según otras versiones, por soldados boyardos que luchaban en su ejército, los cuales irónicamente también habían sido responsables de la muerte de su padre. Los turcos, por su parte, se llevaron su cabeza como trofeo a Constantinopla, donde el sultán ordenó que se colocara en una estaca para no dejar lugar a dudas sobre la suerte de su temido enemigo.
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